Algo trascendental está sucediendo en el país: la longeva guerrilla de las Farc está en proceso de desmovilización y desarme. La frialdad e indiferencia de la mayoría de los colombianos frente a este punto de inflexión de nuestra historia es un indicador de dos cosas: Primero, que la transición hacia la paz apenas comienza y hay tanta o más incertidumbre sobre la implementación de los acuerdos como la que había sobre el resultado de la negociación hace media década. Segundo, que hay muchas otras manifestaciones de violencia en el país diferentes a las del conflicto armado y que la desnutrición, la pobreza, la desigualdad y la privatización corrupta del Estado afectan negativamente el ánimo colectivo. Sin embargo, podríamos estar en una coyuntura crítica que inaugure una nueva trayectoria en la que los conflictos sociales y políticos se expresen con intensidad pero sin armas… ¡Ojalá!
Más allá de las dificultades asociadas a la logística de los procesos de desmovilización y dejación de armas, hay graves elementos de inquietud e incertidumbre. Uno: las disidencias de las Farc. Dos: los espacios que han empezado a copar las bandas criminales y el Eln que se movilizan a toda velocidad mientras nuestras Fuerzas Armadas parecen hacerlo en cámara lenta. Tres: las dificultades que existen en el proceso que inició con un Eln volátil, menos jerárquico y menos pragmático que las Farc. Cuatro: los asesinatos de líderes sociales que parecieran indicar que las bandas criminales han evolucionado desde el animus furandi (codicia y afán de lucro) hacia el animus belli paramilitar: definición de un enemigo, en este caso las organizaciones sociales y populares. Cinco: la posible improvisación en la implementación normativa del acuerdo firmado con las Farc.
Tenemos el reto no solo de completar la terminación del conflicto armado sino también de construir la paz en el largo plazo y afrontar los factores que, aún sin guerra, nos hacen una sociedad segregada y violenta. Sin embargo, una cosa es que el Gobierno haya tenido la capacidad de negociar y otra, que haya demostrado su capacidad para gobernar. Es urgente que el presidente empiece a dar señales de que es bueno no solo logrando un acuerdo sino también cumpliéndolo y liderando su implementación. Aún le quedan casi diecisiete meses a esta administración y el presidente no puede comportarse como si ya estuviera hecha la tarea. El Gobierno se concentró en la negociación y descuidó la construcción de paz -que en nuestro caso- tiene mucho que ver con la construcción de Estado.
De la capacidad del presidente para liderar bien la implementación de los acuerdos y usar estos diecisiete meses que le quedan para dar señales positivas sobre su gobierno, depende la suerte del plebiscito definitivo sobre los acuerdos: las elecciones de 2018. La administración Santos debe hacer su tarea. Sin embargo, los ciudadanos también debemos hacer la nuestra: no podemos asumir que nuestro papel en las elecciones de 2018 será simplemente validar las decisiones que cocinan las élites en la trastienda del poder político.
La transición hacia la paz no quedaría en buenas manos si esas son las del mal llamado “Cambio Radical”, etiqueta que ha avalado a políticos corruptos, cómplices del hambre y la desnutrición y que quiere cobrar por ventanilla en las elecciones de 2018, las inversiones que ha hecho el Estado en infraestructura. Tampoco puede quedar en manos de quienes han liderado una cerrera oposición a los acuerdos.
¿Cuál grupo político puede hacerse cargo de la transición? ¿El Partido de la U, una mala etiqueta en cuyas filas es más fácil hallar a un oportunista que a un estadista? ¿Los conservadores, especialistas en conservar solo sus puestos? ¿El Polo Democrático que no puede ocultar el doloroso capítulo de corrupción que ese partido representa en la historia reciente de Bogotá? ¿Los verdes en los que parece haber mucho cacique y poco indio y cuyas eventuales coaliciones pueden sumar más en caciques que en indios?¿El desmirriado Partido Liberal que votó la regresiva reforma tributaria? Hay individuos excelentes pero lo que necesitamos es una ciudadanía activa, organizada y consciente de que vivimos un momento crucial que puede conducirnos por una senda civilizatoria o hacia un nuevo capítulo de nuestra bárbara historia.
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