Humberto de la Calle no necesita un puesto entre los presidentes de Colombia para asegurarse uno en la historia. Durante años fue reconocido por su valioso aporte al proceso constituyente de 1991 y su digna renuncia a la vicepresidencia en el (des)gobierno de Ernesto Samper. Sin embargo, lo que garantiza su lugar en la historia es su papel como jefe del equipo encargado de la negociación política del conflicto armado con la entonces guerrilla de las Farc. Él y Sergio Jaramillo lideraron un complejo proceso de cuatro años de diálogo por etapas que condujo a la firma del acuerdo. Un proceso que incluyó la renegociación que introdujo más de cincuenta cambios en lo acordado, luego de haber escuchado e incorporado en la nueva agenda la mayor parte de las objeciones de los promotores del No en el plebiscito de octubre de 2016.
Humberto de la Calle y su equipo hicieron muy bien una muy difícil tarea. En cambio, al gobierno del presidente Santos le quedó grande empezar con pie derecho la tarea de la implementación. No obstante, no me quiero ocupar aquí de la falta de liderazgo del presidente ni de las dificultades estructurales de coordinación y ejecución que erosionan la capacidad del Estado colombiano. Prefiero agradecerle a Humberto de la Calle su trabajo incesante, inteligente, cauto y a la vez audaz para silenciar los fusiles en Colombia. Las elecciones del pasado 27 de mayo transcurrieron sin que se presentaran problemas de orden público y eso se debe -así muchos no lo quieran reconocer- al acuerdo de paz que Humberto de la Calle ayudó a concretar. El aumento de la participación electoral no es independiente de la terminación del conflicto armado con las Farc. Aunque muchos votantes urbanos probablemente fueron empujados a las urnas por el discurso del miedo, otros, en la otra Colombia, lo hicieron precisamente porque ya no tenían razones para temer.
De la Calle fue uno de los artífices de la jornada electoral más pacífica que hemos tenido en décadas. Esa es suficiente razón para entristecerse por su exigua votación. No solo hay lugar para la tristeza sino también para la indignación. Si De la Calle se equivocó promoviendo la consulta interna del Partido Liberal meses antes de las elecciones al Congreso, fue porque confió en la posibilidad de una consulta interpartidista en marzo, entre los candidatos afines al centro político. Si De la Calle se equivocó al lanzar su candidatura por el Partido Liberal fue por su convicción acerca de que una democracia de buena calidad no se puede basar en aventuras y etiquetas personalistas, sino en partidos políticos organizados con base en procedimientos democráticos. Muchos ingenuamente hemos esperado el día de la democratización y modernización del partido liberal. Ya no hay que esperar más lo que no va a suceder.
¿Qué explicación tiene que el candidato de un partido que obtuvo 1’900,000 votos en las elecciones al Congreso en marzo, haya recibido apenas 399,000 votos en la primera vuelta presidencial? Muy sencillo: El Partido Liberal saboteó a su propio candidato. Ahora, en perspectiva, resulta apenas lógico que una organización que es poco más que una manguala electoral entre caciques regionales y César Gaviria, haya preferido invertir sus esfuerzos en otro candidato con más posibilidades de retribuirlos con algunas cuotas burocráticas. Nada les importa enderezar el camino de la implementación del acuerdo de paz. Nada les importa garantizar las libertades y promover la igualdad social o la educación. La política para ellos es un negocio privado que les permite obtener rentas con contratos y cargos públicos.
El Partido Liberal es una etiqueta mentirosa. No queda ya nada que valga la pena en el partido de Rafael Uribe Uribe, Alfonso López Pumarejo, Jorge Eliécer Gaitán, Alberto Lleras Camargo y Carlos Lleras Restrepo. Los cuarenta y cuatro congresistas que corrieron a respaldar a Gaviria no aparecerán en los libros de historia. Humberto de la Calle sí lo hará. El dos por ciento obtenido por De la Calle no es una vergüenza para el candidato sino para el Partido Liberal. El aporte de este caldense al país supera con creces al de Gaviria y al de sus interesados áulicos de hoy. ¡Gracias Humberto!
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