Esta semana tuve la oportunidad de participar en dos eventos convocados por economistas de nuestro Eje Cafetero: La celebración del quincuagésimo aniversario de la Sociedad de Economistas del Quindío y el Seminario Internacional “Capitalismo Siglo XXI: Crisis, Desigualdad y Pobreza” organizado por el Departamento de Economía y Administración de la Universidad de Caldas. Es evidente, en ambos casos, que en la región hay estudiantes, académicos y profesionales de muy alto nivel, capaces de aportar ideas generales y propuestas específicas para la promoción del desarrollo humano regional y nacional. A veces, sin mala intención, en Bogotá se hace referencia con cierta condescendencia a las “regiones”. Lo cierto es que mediocridad y talento se distribuyen más o menos uniformemente en todas partes.
Que la Sociedad de Economistas del Quindío tenga casi tantos años de existencia como el departamento, merece un reconocimiento especial. La celebración estuvo acompañada de una seria reflexión acerca de las dificultades que atraviesa el aparato productivo del Quindío y que se reflejan en la mayor tasa de desempleo del país y en una tasa de informalidad muy superior a la nacional. Preocupa también que la tasa de homicidios en el departamento sea la segunda más alta después de la del Valle del Cauca. Que esos indicadores en Caldas sean mejores no debe llevarnos a la autocomplacencia. Hay que considerar, por ejemplo, que si entre 33 entidades territoriales (32 departamentos más Bogotá), Quindío ocupa el puesto 18 en ingreso por habitante, Caldas ocupa el puesto 17 después de departamentos como Tolima, Risaralda, Cundinamarca, Valle, Antioquia, Boyacá y Santander, entre otros.
Los quindianos presentes en el evento preguntaron: ¿A qué sector le podemos apostar para la transformación productiva del departamento? ¿Qué podemos hacer con una caficultura que en el año 2000 representaba casi 30% del sector agropecuario quindiano y hoy llega apenas al 16%? Quizá no se trata -y eso aplica también para Caldas- de escoger un sector líder que apalanque el desarrollo. Tal vez la clave está en identificar actividades que -involucrando varios sectores- induzcan lo que Albert Hirschman denominó “eslabonamientos hacia atrás” (demandas de insumos de otras actividades en el territorio) y “eslabonamientos hacia adelante” (desencadenar el surgimiento de nuevas actividades en el territorio). En ese proceso de articulación productiva y ampliación del mercado local hay oportunidades para la conformación de sistemas de innovación que den lugar a nuevos productos y nuevas formas de producir, nuevos mercados, nuevos sistemas de información de mercado, nuevas formas de organización y gestión empresarial, gremial, y de relacionamiento con el sector público.
Moldear la transformación productiva es un ejercicio político de deliberación y concertación de planes y estrategias de mediano y largo plazo. Hay que dejar atrás las distinciones en las que Estado y mercado son vistos como bienes sustitutos y asumirlos como complementarios. La noción de gobernanza permite reconocer que el cambio social no depende exclusivamente de las administraciones públicas sino de la acción concertada de diferentes actores: empresarios, organizaciones sociales, academia y gobierno. Al fin y al cabo, como reitera Amartya Sen, “la democracia es el gobierno mediante la discusión”.
Para participar en ese diálogo los economistas no deben atrincherarse en lo “técnico” o posar de “tecnócratas” políticamente neutrales. La economía es política. Una cosa es que los debates políticos deban apelar a argumentos técnicos guiados por la pretensión y la búsqueda de la objetividad y otra, muy diferente, creer que lo “técnico” está despojado de consideraciones valorativas y políticas. Los economistas deben tomar muy en serio la afirmación de John Stuart Mill en el sentido de que ningún economista puede ser un buen economista si es solamente un economista. La interdisciplinariedad y la trans-disciplinariedad (diálogo entre academia y comunidad), son esenciales para evitar que la economía luzca como esa “ciencia lúgubre” a la que se refería Thomas Carlyle en el siglo XIX.
El seminario “Capitalismo Siglo XXI” organizado por la Universidad de Caldas contribuye a que los economistas derriben los muros que compartimentan el conocimiento. Temas como la desigualdad obligan a los economistas a pensar no solo como profesionales de la disciplina sino también como ciudadanos. Felicitaciones a la Sociedad de Economistas del Quindío y a la Universidad de Caldas.
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