Las elecciones del 27 de mayo dejaron a muchos de los votantes que no apoyaron ni a Petro ni a Duque, en una situación como la del “Asno de Buridán”. Indeciso frente a dos pacas de heno, el asno no come ninguna y finalmente, muere de hambre. Aunque el caso del pobre asno proviene de un recurso argumentativo empleado por Jean Buridan, filósofo francés del siglo XIV, su uso es frecuente en la moderna teoría de la elección social. Esa teoría ocupa un terreno compartido por la filosofía política, la ciencia política y la economía, y estudia los procedimientos que permiten tomar decisiones colectivas a partir de juicios de valor individuales.
Al asno no lo mata su indiferencia. Si para el asno las alternativas fueran indiferentes entonces no habría motivo para dejar de escoger alguna porque el costo de elegir sería cero. El asno de Buridán tiene problemas para decidir dado que no sabe bien cómo comparar los costos de cada opción. Cuando nos encontramos frente a situaciones así es porque estamos frente a un dilema. Ante un dilema es imposible escoger sin experimentar un sentimiento de pérdida, de sacrificio. Si no hay ese sentimiento es porque, en realidad, no hay dilema. No hay nada trágico en escoger cuando soy indiferente entre las opciones o genuinamente creo que una es mejor que otra.
Muchos enfrentan el dilema de no ser indiferentes entre el voto en blanco o el voto por Petro. Saben que cada una de esas opciones tiene costos. Sin embargo, no tienen del todo claro cómo sopesarlos. Aunque saben que Petro no es una opción de “extrema izquierda”, tienen suficientes dudas como para declarar que su voto por él sería sin entusiasmo, a regañadientes. Lo cierto es que votos entusiastas y votos trémulos cuentan por igual. También saben que el voto en blanco es tanto una expresión legítima de inconformidad como un mensaje de moderación y prudencia en la gestión del gobierno y en el ejercicio de la oposición. Sin embargo, les atormenta la posibilidad de que el voto en blanco ayude a pavimentar el camino para el regreso triunfal del uribismo.
Ese regreso les preocupa porque bajo la sombra del “estado de opinión” quedó desdibujada la idea de que la Constitución no es solo un catálogo de derechos sino también, la garantía de la separación de poderes para la protección misma de esos derechos. La composición del Congreso elegido en marzo y la propuesta de reforma a la justicia esbozada por el Centro Democrático, arrojan con fuerza esa sombra sobre lo que sería la ausencia de pesos y contrapesos en un gobierno de Duque. En cambio, Petro, dadas las circunstancias, tendría más contrapesos institucionales y controles sociales. Ese no es un dato menor.
Hay otra sombra preocupante: el empobrecimiento de nuestra cultura política actual por cuenta del sectarismo. Sin duda, una señal de involución política. Amedrantar y descalificar personalmente a quienes piensan diferente es ahora tristemente habitual. Una cosa es controvertir y hacer uso incluso de la fina ironía para desnudar debilidades o inconsistencias en las opiniones ajenas y otra, apelar sin freno a los insultos. Una cosa es la vehemencia y otra el agravio mordaz y la amenaza. El tono de las recriminaciones mutuas entre diversas posiciones políticas en esta coyuntura deja claro que el sectarismo no es patrimonio exclusivo de la derecha recalcitrante.
Una cultura política permeada por el sectarismo hace inviable el ejercicio de la democracia deliberativa e impide la acción colectiva organizada que se requiere para construir la paz en diferentes niveles, desde lo nacional hasta lo local y lo micro-social. No podemos permitir que la diversidad de nuestras opiniones políticas y de nuestras ideas morales o religiosas nos conduzca a la ruptura de la amistad cívica. Debemos cuidar el vínculo de nuestra ciudadanía. Es inaceptable que arrastrados por la corriente del sectarismo dejemos hundir las posibilidades de interlocución y encuentro necesarias para la gestión de nuestros conflictos.
Además, las preferencias políticas no obliteran las múltiples identidades que nos unen con diferentes grupos en la sociedad. Independientemente del resultado de las elecciones del domingo, debemos trabajar para sustituir al sectarismo por un pluralismo razonable.
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