Teóricos de la democracia como Anthony Downs, Robert Dahl, Norberto Bobbio y Michelangelo Bovero, entre muchos otros, han identificado un conjunto de reglas de juego necesarias para su viabilidad y permanencia. Anthony Downs, en su “Teoría Económica de la Democracia” (1957), elevó a categoría de axioma la siguiente condición: el partido que ejerce el gobierno no puede restringir la libertad política de los partidos de oposición o de los ciudadanos, si no quiere ser derrocado por la fuerza. Para Bobbio, las decisiones de una mayoría no pueden limitar los derechos de la minoría, especialmente aquellos relacionados con su posibilidad de convertirse en mayoría en una futura elección. Esto es lo que Bovero identifica como “condición de salvaguardia” de la democracia. En “La Igualdad Política” (2006), Robert Dahl afirma: “cuando un demos deja de creer que los derechos necesarios para la democracia son convenientes, su democracia pronto se convertirá en una oligarquía o en una tiranía”.
Aquellos regímenes que no satisfacen la “condición de salvaguardia” ponen fin, con el apoyo de la mayoría, al juego mismo de la democracia. La enorme ventaja que obtuvo Jair Bolsonaro en la primera vuelta electoral en Brasil, amenaza con un nuevo episodio de rechazo popular a la democracia, un régimen que, como afirma Dahl, no es solo un proceso político de toma de decisiones colectivas sino también, “un sistema de derechos fundamentales”.
Los politólogos y otros científicos sociales aún deben indagar las causas de esa creciente aversión a los derechos de las minorías y al liberalismo político. Aversión que amenaza seriamente no solo al liberalismo y a los derechos, sino que también pone en entredicho la supervivencia misma de regímenes democráticos en todas las latitudes. Ciertamente, la que está en crisis es la democracia liberal, específicamente, la democracia constitucional. Una fórmula que busca un equilibrio difícil entre el principio de la soberanía popular y el del Estado de Derecho como control del poder, incluyendo el poder de las mayorías. En su libro “La Democracia Constitucional: una radiografía teórica” (2006), el profesor mexicano Pedro Salazar Ugarte, analiza rigurosamente los términos de ese difícil equilibrio (constitución y democracia) y las múltiples tensiones entre ellos. Salazar identifica, en un extremo, los riesgos asociados a controles demasiado estrictos sobre el proceso político. Riesgos que pueden conducir a la autocracia liberal y al gobierno de los jueces. En el otro extremo, el despotismo mayoritario que corresponde al suicidio de la democracia en las urnas, tal y como ocurrió con el triunfo del nacionalsocialismo en las últimas elecciones de la República de Weimar en 1933.
Un aspecto inquietante de la crisis de la democracia como “sistema de derechos fundamentales” es el respaldo que brindan a políticos xenófobos, racistas, sexistas y homofóbicos, personas que pertenecen precisamente a los grupos menospreciados por estos políticos. Esto es tan paradójico como el apoyo que los pobres y las clases medias le han dado en las urnas a las propuestas neoliberales. Lo cierto es que no pocas veces esas propuestas de no meter la mano en el bolsillo de los más ricos y recortar servicios sociales, van acompañadas de discursos favorables a la intromisión del Estado en las decisiones morales e íntimas de las personas. El conservadurismo moral de los neoliberales les ha permitido ganar el apoyo político de aquellos que resultan más perjudicados por sus políticas económicas. Esto demuestra que la democracia como proceso político de toma de decisiones colectivas y como sistema de derechos fundamentales depende, en última instancia, del grado en el que la cultura política de una sociedad sea más o menos democrática. Un sistema político es, además de un conjunto de reglas formales, un sistema de valores. Una sociedad no puede ser democrática si una parte importante de la ciudadanía tiene una mentalidad autoritaria. Hay que estar pendientes de los hallazgos de las ciencias sociales acerca de las causas de la crisis de la democracia liberal contemporánea. Seguramente, varias de esas causas tienen que ver con lo que el economista Joseph Stiglitz llamó “el malestar en la globalización”. Sin embargo, resulta difícil ignorar el ambiente cultural adverso a la democracia que viene prosperando en medio del declive en la valoración social de las humanidades.
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