Está claro que la avalancha en Mocoa fue más el resultado de la acción e inacción humanas a nivel global y local, que de la acción de la naturaleza. El metano y el dióxido de carbono impiden que buena parte de la radiación solar se refleje hacia el espacio exterior, actuando como una especie de cobija atmosférica que mantiene cálido al planeta. La actividad humana está saturando la atmósfera con estos gases desde la Revolución Industrial, haciendo más gruesa la cobija y aumentando la temperatura global. Esa situación está modificando dramáticamente el ciclo del agua, lo que se expresa en lluvias y sequías cada vez más intensas. Incluso, si todos los países cumplieran con lo prometido en el Acuerdo de París, no detendrían el cambio climático. Peor aún, Trump está empecinado en desmontar las tímidas regulaciones que, buscando reducir en forma marginal las emisiones de dióxido de carbono, había establecido Obama sobre centrales térmicas. Algunas aún usan combustibles fósiles.
Pero la estupidez no es sólo global. También es local. El principal problema de la tierra en Colombia es el pésimo uso del suelo. Desde las mercedes reales (grandes extensiones de tierra concedidas por la Corona española), la historia de la ruralidad en nuestro país ha sido un continuo ciclo de despojo, concentración, expulsión y nuevamente, despojo. Esa es la historia detrás del Putumayo y de muchas otras regiones colombianas, distantes de los mercados y de la provisión de bienes públicos. Conforme se ha dado ese proceso de concentración extrema, también se ha venido consolidando un manejo irracional del suelo.
No sólo usamos, apenas, siete millones de hectáreas para la agricultura (cuando podríamos usar veintiún millones) y dedicamos treinta y cuatro millones a la ganadería (cuando sólo hay quince millones de hectáreas aptas para esa actividad), sino que hay agricultura mal ubicada: Brigitte Baptiste –Directora del Instituto de Investigación de Recursos Biológicos Alexander von Humboldt- denunció que se están extendiendo cultivos (arroz) sobre sistemas de humedales en Casanare, aumentando el riesgo de desertificación; lo que en un contexto de cambio climático es una verdadera estupidez. En el Putumayo –como en muchas otras partes de la geografía nacional- la expansión de la ganadería y de cultivos ilícitos en áreas boscosas ha aumentado la erosión del suelo y disminuido su capacidad para morigerar tanto la escasez como el exceso de agua. La deforestación en una zona de alta pluviosidad -exacerbada por el cambio climático- y la ausencia de medidas de adaptación al mismo, explican esta terrible calamidad en Mocoa.
Para el historiador Carlo Cipolla, una persona estúpida esaquella que causa daño a otros sin obtener de ello un beneficio e incluso, perjudicándose a sí misma. El estúpido se diferencia del malvado en la medida en que este último busca sacar provecho al dañar a otro. Los estúpidos son más peligrosos que los malvados porque mientras el malvado hace una transferencia, con el estúpido hay una pérdida neta para la sociedad: El estúpido no gana lo que el otro pierde.
Creer que se puede seguir haciendo mal uso del suelo, promoviendo la desertificación y la erosión y que se puede, además, sacar ventaja privada sobre la base de aumentar los costos ambientales, es una estupidez. Los costos ambientales son costos sociales y los terminan pagando también, así a veces no sea en forma inmediata, los estúpidos que creyeron que habían hecho un gran negocio empobreciendo los suelos o contaminando los ríos. Ellos también viven en este planeta y no pueden escapar del aleteo de la mariposa.
Según Cipolla, la primera ley fundamental de la estupidez humana es que siempre subestimamos el número de estúpidos que hay en el mundo. Por ejemplo, en las ciudades colombianas hay demasiados que creen que ellos no respiran el mismo aire que están contaminando. La segunda ley fundamental es que la estupidez es independiente decualquier otra característica de la persona. Por ejemplo, la proporción de estúpidos entre la gente sin educación o la gente con educación es la misma. Entonces, como en todo grupo, entre los alcaldes de las ciudades colombianas también debe haber una proporción significativa de estúpidos. Según la primera ley, la anterior afirmación puede ser una subestimación.
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