Resulta impresentable que, a estas alturas, un medio de comunicación cualquiera publique lo que publicó la semana pasada la revista digital Eje 21. No voy a repetir esa absurda cantidad de sandeces pues tampoco se trata aquí de hacerles eco, pero salgamos rapidito del tema diciendo que una pluma machista y misógina puso en duda la capacidad de las mujeres para hacer política, comparándolas, de manera desafortunada, con los hombres. Como si nosotros, tan machitos, lo hiciéramos divinamente: basta echarle una mirada al mundo para ver nuestro propio fracaso.
La vergüenza ajena que me produjo ese escrito lamentable -a estas alturas, y perdonen que lo repita-, me puso a pensar en lo que significa ser hombre hoy en día. Y me parece que antes de responder esa pregunta hay que empezar con un mea culpa: hemos fallado, y seguimos haciéndolo, porque no logramos aún sacudirnos del todo esa cultura machista en la que crecimos. Mi caso es como el de muchos, qué le hacemos, así nos criaron: diciéndonos que los hombres no lloran porque eso es de niñas, que sea macho, mijo, y luego vaya y tenga muchas mujeres porque no hay mejor forma de demostrar la hombría, qué berraquito. Nos enseñaron a mirar raro al afeminado, inculcándonos sin palabras que ser marica es una desgracia y un deshonor, y no diga eso ni en chiste, mijito, qué susto.
Todos tenemos rezagos de ese machismo, mirémonos: en los celos que tantas veces se vuelven enfermizos y producen unas desgracias terribles; en la idea de que todavía tenemos que jugar ese papel de proveedores, de machos alfa; pero, sobre todo (y creo que aquí está la cuestión fundamental del asunto), en la certeza silenciosa de que no podemos -o nos cuesta tanto- mostrarnos frágiles. Ese es un peso tremendo que cargamos sobre nuestros hombros sin darnos cuenta: no podemos llorar, ni revelarnos débiles, ni aceptar que tantas veces la vida misma nos sobrepasa, porque esas cosas no son de hombres. No podemos decirle “te amo” a nuestro mejor amigo sino cuando estamos borrachos, porque un abrazo entre hombres o un beso en la mejilla no es de machos. ¡Sea varón!
Creo que es momento, pues, de preguntarnos qué tipo de hombres somos hoy. Y qué tipo de hombres queremos ser. Los que somos padres de hijos pequeños tenemos una oportunidad inmejorable de cambiar eso: ya con los señores de Eje 21 -tan viejos y tan machos y tan berracos- no se pudo: dejémoslos allá en su caverna. Pero reflexionemos si esa manera que nos enseñaron de ser hombres es la que queremos transmitirle a nuestros hijos.
En mi caso particular, quiero que mi hijo aprenda que no está mal sentirse vulnerable; que tenga la libertad de decidir sobre su propia sexualidad, y, sobre todo y muy importante, que sepa situarse con las mujeres en un nivel de igualdad. Porque no se trata de decir que las respetamos, que son lo más bello, que ni con el pétalo de una rosa y que feliz día de la mujer, no: no es eso. Es situarnos en el mismo nivel y dejar la pendejada. Es aceptar que como hombres hemos fracasado en tantas cosas y que, a lo mejor, no somos tan machos como lo hacemos ver.
Es eso.
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015