Mario César Otálvaro
LA PATRIA | Bogotá
Todo lo que se diga en contra del Once Caldas es válido por su presente, sus números, su mal fútbol, la baja calidad de algunos de sus jugadores, y por sus cuestionadas decisiones en materia de dirección administrativa y deportiva.
Su pasado inmediato fue igual, y son ya varios años en las mismas con la gravedad de que no se observan vías de salida ni políticas de solución como si el problema tuviera un fondo estructural, que va más allá, y difícil de detectar.
Dudo que los inversionistas le apuesten al fracaso, y si bien las relaciones siempre han sido tensas, para esta temporada hubo voluntad, acercaron gente de fútbol, contrataron, socializaron el equipo, y las señales fueron alentadoras.
La vinculación de Maturana fue ponderada, De La Cuesta y Pezzuti aportaron la experiencia que faltaba, y en el orden gerencial se mantienen las obligaciones al día y se ofrecen comodidades para el trabajo en ambientes inmejorables.
Se les podrá acusar de ausencia -aunque para eso se supone que tienen una junta directiva- pero independiente de lo que se piensa, hicieron la tarea y su grado de responsabilidad es inferior al de otros niveles del establecimiento.
Hoy, la mayoría quiere crucificar a Francisco Maturana, y razón les sobra porque no se juega a nada, el plantel se nota desmotivado y la campaña es un fiasco. Capítulo repetido porque igual sucedió con Sachi, Flabio, Torrente y Lisi.
Y vendrán otros, y el círculo se repetirá. Pacho se irá y ahí quedará enquistada la raíz del cáncer, mientras la prensa repetitiva en el discurso pide de nuevo el cambio de entrenador, el hincha hace eco, y la institución se sigue desmoronando.
Por supuesto que Maturana es culpable, y ha fallado en el manejo de grupo -inaceptable en alguien de sus características- pues hay quejas que salen del interior del plantel acerca de preferencias, poco diálogo y antipatías.
Lo que parece ratificarse en la exclusión de Córdoba, Mateo y De la Cuesta, pues con una nómina corta es preferible conservarla hasta final, dejando entrever comunicación rota en un camerino aparentemente alterado.
A ello se suma la exposición en el campo, muy lejana de lo que conocemos de sus equipos, casado con hombres que no rinden, con una propuesta predecible, una producción insípida y en los últimos lugares de la tabla.
Aún así Maturana tiene como revertir la situación, cambiando antes de que lo cambien, revolcando la titular, sentando a quienes considera intocables, y manteniendo alta la moral del grupo poniéndolos a todos a competir por los puestos.
Para quien escribe, la enfermedad del Once Caldas está en su nómina, floja con las excepciones de Cuadrado, Dávinson, Arango y Farías, y con otros que llevan rato cómodamente en la titular y ya ni frío les da, acostumbrados a perder.
Los laterales no se salvan, son irregulares, ninguno de los sies volantes de marca brinda garantía, López no genera diferencia en su condición de extranjero, de Álvarez nos quedamos en lo de su estreno, y Ortega ni fu ni fa.
Y creo que coincidimos en que Farías es un buen atacante -más definidor y guapo que técnico- pero la verdad es que en tantos minutos con el Once Caldas solo presumimos de su valor porque jamás lo buscan ni le llegan balones propios para su virtud.
P.D. En el fútbol moderno se habla de la importancia del trabajo mental como principio del éxito, y de la utilización de las tres variantes por partido que autoriza el reglamento, y en ambos casos en el Once Caldas parecen tareas pendientes.
Hasta la próxima…
Twitter: @macotal
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Y vendrán otros, y el círculo se repetirá. Pacho se irá y ahí quedará enquistada la raíz del cáncer, mientras la prensa repetitiva en el discurso pide de nuevo el cambio de entrenador, el hincha hace eco, y la institución se sigue desmoronando.
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