Desde hace unos meses hemos visto cómo toman fuerza las denuncias por agresión sexual, a partir del hashtag #MeToo, lanzado y apoyado por actrices de Hollywood. Vale la pena mencionar que este movimiento del ‘me too’ -yo también- se inició hace 10 años en Filadelfia cuando la feminista Tarana Burke, quien dirigía un campamento de jóvenes de diferentes etnias, recibió una queja confidencial de una niña de 13 años abusada por el novio de su mamá; ‘me too’ fue la respuesta que quería darle Tarana a la niña y también la que le hubiera gustado recibir, cuando vivió una situación similar. El objetivo del movimiento era conectar a las jóvenes que habían sufrido acoso sexual para, desde la empatía y la confianza, poder visibilizar algo que pasa en todo el mundo y generalmente se calla. La señora Burke ha dicho recientemente que no quiere que se desdibuje la esencia del ‘me too’ por un movimiento mediático de mujeres famosas, considera que es necesario reprogramar a los niños y adultos que parecen haber sido educados con la idea de que tienen derecho a usar a los demás para su beneficio.
Lo primero que pienso es el valor que se necesita para reconocer y hablar de nuestras heridas, cuando sentimos que alguien nos ha quitado la posibilidad de sentirnos dignos; eso es lo que hace el abuso de cualquier tipo. A veces creemos que violencia solo es agresión física; sin embargo, hay muchas formas de abuso que por estar tan presentes pasan desapercibidas y hasta se consideran normales. Me refiero al maltrato por gritos, descalificación, burlas, indiferencia, exclusión y manipulación, entre otros, que no solo se da en relaciones de pareja, sino también en el trabajo, el colegio, la familia, los amigos. Estar en una situación así despierta emociones que, como el miedo y la vergüenza, van disminuyendo la autoestima y debilitan a la persona haciéndola sentir que no tiene derecho a decir lo que pasa y menos a actuar; más difícil aún, cuando se trata de una situación prolongada o de personas que han estado expuestas a otros tipos de maltrato. Saber que hay personas que han vivido o viven experiencias similares hace que nos sintamos acompañados y con la confianza suficiente para contar nuestra historia.
El problema tiene dos caras, la de la víctima abusada y maltratada que necesita sentirse cuidada, recuperar su autoestima y aprender a cuidarse; y la de quien se siente con el derecho a ‘servirse de los demás’ como si fueran objetos y no personas. Una dinámica que se repite en nuestra sociedad en diferentes ámbitos y que se refleja en muchas formas de violencia, discriminación y desigualdad; un tema que nos invita a despertar y estar conscientes de lo vulnerables que somos y la necesidad que tenemos de recomponer nuestra forma de relacionarnos. Despertar y reconocer que por la vía del abuso nunca seremos capaces de sanar las heridas y reconstruir la vida, las relaciones, el entorno, es una responsabilidad que tenemos hoy. Podemos seguir ‘dormidos’ y pensar que esto pasa en otras culturas, grupos y personas o podemos preguntarnos ¿Qué tienen que ver estas historias con nosotros? ¿Qué podemos hacer para no causar heridas, sanar las nuestras y las de otros?
Cuidado es una palabra que nos invita a reflexionar sobre lo que realmente nos importa, lo que hemos descuidado y estamos perdiendo, lo que quisiéramos conservar, la necesidad que tenemos todos de pedir ayuda, de escuchar el dolor ajeno, de perdonar y perdonarnos, de valorar lo que es diferente, de aceptar que detrás de todas las diferencias que nos separan, al final del día somos seres humanos indefensos que necesitamos de otros para avanzar. Nos parece importante cuidar el cuerpo, el trabajo, los bienes, pero tal vez no dedicamos tiempo suficiente para cuidar nuestro espíritu, reconocer lo que tiene valor, hacer silencio y escuchar lo que nos dice nuestro corazón. Demasiadas carreras y ruido nos alejan de esa posibilidad, terminamos haciendo lo que no queríamos y tomando malas decisiones o dejando que otros las tomen por nosotros; es así como la confusión y el miedo se apoderan de nosotros. Podemos decir ‘yo también’ puedo y quiero cuidarme.
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