El doloroso atentado terrorista en la Escuela General Santander, la situación desesperada de los venezolanos víctimas de un gobierno absolutamente incompetente al que nadie logra poner límites, las noticias recurrentes sobre violencia contra mujeres y niños, la incapacidad de generar soluciones radicales frente a la pobreza, el hambre y la desnutrición que afectan una parte importante de la humanidad, así como otros temas de la vida cotidiana que muestran la indiferencia y la falta de solidaridad con los más vulnerables, traen a mi memoria una pregunta que surgió después de la Segunda Guerra Mundial: ¿Dónde estaba Dios en el holocausto? A la que algunos teólogos respondieron: ‘La pregunta no es dónde estaba Dios, sino dónde estaba el ser humano’. Me quedo con esta pregunta para traerla al momento actual, en el mundo, en el país y tal vez en nuestras familias y círculos más cercanos y agregaría ¿De qué ser humano hablamos? ¿Cuáles son las acciones que nos diferencian? ¿Cómo nos relacionamos entre nosotros?
‘El arte de la deshumanización o cómo justificar guerras sin sentirnos mal’ es un escrito reciente del periodista Alberto Rodríguez, especialista en Medio Oriente, propaganda y terrorismo, en el que plantea que eliminar el componente humano de una persona y convertirla en un monstruo caricaturesco facilita el excluirla del ámbito moral, de manera que su muerte se convierte en una necesidad a favor del bien común; las personas se desaparecen y la población o el grupo se convierte en la imagen del tirano al que hay que eliminar, así se justifica el bombardeo de una población o un grupo, porque el ataque no es contra personas sino contra ideas. Deshumanizar al otro es algo que ha sucedido a lo largo de la historia, lo hicieron los alemanes con los judíos durante el holocausto y para no ir más lejos, esto es lo que dijo el Eln en el comunicado de este lunes sobre el acto terrorista 'fue una acción lícita en el marco del derecho de la guerra, el atentado se perpetró en contra de una instalación militar y no hubo víctimas civiles’; entonces ¿Qué eran los 21 jóvenes fallecidos y los más de 60 heridos que dejó el ataque? A riesgo de que alguien se sienta ofendido, me pregunto ¿Cuántas veces, algunos de nosotros le quitamos el rostro humano a las tragedias y a los problemas que nos rodean, para justificar nuestra falta de compromiso e indiferencia ante situaciones que atentan contra la vida y la dignidad del ser humano? ¿Podría ser que, cuando pensamos en violencia, enfermedad y pobreza, estamos viendo solo las estadísticas o realmente somos conscientes que detrás de cada cifra hay un ser humano que siente, que necesita protección y cuidado?
Otro elemento a considerar en esta reflexión es el valor exagerado que se da a los datos; el historiador Yuval Noah, en su libro Homo Deus, habla del ‘dataísmo’ como una religión donde lo importante no es tener experiencias sino registrarlas y compartirlas, su valor supremo es el flujo de información, estará en todas partes y controlará todo y los humanos deberán fusionarse con él; el individuo se convierte en un chip diminuto dentro de un sistema gigantesco que nadie entiende completamente. En esta dirección, el teórico de los medios y profesor de la Universidad de Nueva York, Douglas Rushkoff, dice que es necesario dejar de usar la tecnología para optimizar a los humanos para el mercado y empezar a optimizar la tecnología para el futuro humano; no se trata de rechazar lo digital, sino de recuperar valores que están en riesgo de perderse e incorporarlos en la infraestructura digital, construir una red social que enseñe a ver los adversarios como personas, crear una economía que, en cambio de extraer el valor de las personas, promueva la circulación de valor a través de una comunidad. Su invitación para los multimillonarios de la tecnología, preocupados por una catástrofe mundial, que podríamos extender para todos, es: ‘Únanse al equipo humano, encuentren a los otros para que, juntos, hagamos el futuro que siempre quisimos, tratemos a las personas con amor y respeto y tal vez no haya apocalipsis de qué preocuparse’.
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