Un papá preocupado por la educación de su hijo se entera que perdió el transporte y no puede llegar tarde al colegio; aunque tiene una reunión importante acepta, a regañadientes, llevarlo al colegio de camino a la oficina. Por su afán, sale sin despedirse y reprende al niño para que se apresure. El primer semáforo no funciona y sigue sin detenerse, no se da cuenta que una persona mayor está cruzando y se cae mientras el carro pasa a su lado. El siguiente semáforo acaba de ponerse en rojo y decide seguir para llegar a tiempo al colegio y a su reunión. En su recorrido, nuestro amigo ‘el afanado’ deja una persona mayor aporreada, algunos asustados y muchos preocupados, pero él está satisfecho porque su hijo llegó a tiempo y está aprendiendo el valor de la puntualidad, pero ¿cuál es la lección que recibe el niño? No importa cuántas normas haya que saltarse, cuántas personas haya que atropellar, cuántos desastres queden en el camino, lo importante es que lo lograste.
‘Es el momento en que todos podemos derrotar al clientelismo y la corrupción en las urnas’ dice la senadora Claudia López una de las promotoras de la consulta anticorrupción de este 26 de agosto; un evento que le cuesta $310.479 millones a la Nación, un dinero que se utilizará en tarjetones, transporte, puestos de votación, conteo y publicación de resultados, entre otros. Las 7 preguntas de la consulta incluyen: Reducción del salario de los congresistas y altos funcionarios, cárcel a los corruptos y prohibición de contratación con el Estado, transparencia obligatoria en la contratación, participación ciudadana en los presupuestos públicos, rendición de cuentas por parte de los congresistas, publicación de propiedades e ingresos injustificados de políticos elegidos, un máximo de 3 períodos en corporaciones públicas. Para que la consulta sea aprobada se requieren más de 12 millones de votos y, que la mitad más uno, sean afirmativos. Una propuesta que genera controversia; la Confederación General de Trabajadores se preocupa por el impacto que pueda tener en los servidores públicos, especialmente docentes y uniformados y por los trabajadores con contratos a término fijo como los 9.000 del Sena; mientras que, la Corporación de jueces y magistrados de Colombia dice que la consulta no es la solución, algunas de las preguntas ya tienen respuesta en la legislación y lo que se debe hacer es poner a funcionar las normas.
¿Qué pasa si no se consiguen los 12 millones de votos con el número de respuestas afirmativas? ¿Si se logra la votación necesaria solucionaremos la corrupción en el país? ¿Será que la corrupción va más allá de lo público? ¿Será que lo que se nos perdió en el camino no fueron la norma y el control, sino la ética y los valores? ¿Dónde están las prioridades en nuestro sistema educativo? ¿A quién le corresponde formar ciudadanos responsables conscientes de su rol en la sociedad? Si en cambio de ‘derrotar la corrupción en las urnas’ gastando más de $300 mil millones, nos ocupáramos de fortalecer el sistema educativo, no solo para que nuestros niños tengan buenos resultados en matemáticas y lenguaje, sino para que aprendan el lenguaje más importante ‘la sensibilidad y el valor del otro’, un lenguaje necesario para un país que quiere lograr la paz. Tal vez la polarización, la corrupción, el maltrato y la inequidad son resultado de una sociedad que, en su afán de competir y generar desarrollo económico se olvidó del ser humano; una sociedad que pide resultados de corto plazo y no invierte tiempo y recursos en generar soluciones estructurales que implican renuncias. Parecería que la vía más fácil es ‘que todos votemos’, así nos salvamos de mirarnos al espejo y aceptar nuestra propia responsabilidad. Formar seres humanos íntegros con valores y sentido de responsabilidad por el otro, con conciencia de ser parte de una comunidad que debemos construir entre todos, es una tarea urgente que empieza por la familia, por el papel de los padres, por la escuela, por el rol de los profesores desde los primeros años escolares, por nuestro ejemplo cotidiano, no solo se trata de votar, debemos ser coherentes con lo que predicamos y queremos que otros hagan.
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