En un mundo donde parece que todo se compra y se vende, cada vez hay más ofertas para alcanzar la felicidad; libros, cursos, productos de todo tipo que dicen tener la clave para que, sin importar la condición, todas las personas logren la tan anhelada felicidad que parecería estar asociada con la eliminación de lo que genera algún tipo de incomodidad. Puede ser que por esta vía estemos creando un mundo cada vez más insensible e indiferente ante la vulnerabilidad del otro, en el que solo reconocemos lo que nos genera placer y donde lo que cuenta es alcanzar objetivos asociados a la generación de riqueza y poder. Si la felicidad está a la vuelta de la esquina, si cualquiera puede comprarla y llevarla a su casa, por qué cada día aumenta la tasa de suicidios, especialmente en los más jóvenes. Vivimos en un mundo dual lleno de paradojas, donde cada vez tenemos más desarrollo científico y menos soluciones a los problemas complejos que enfrenta una gran parte de la población. Esto podría ser resultado de lo que el filósofo-sociólogo polaco, Zygmunt Bauman, denominó ‘modernidad líquida’, refiriéndose al estado fluido y volátil de la sociedad actual, sin valores sólidos, donde la incertidumbre y la velocidad del cambio debilitan los vínculos humanos, con mucha información y poco tiempo para profundizar. La necesidad de reinventarse en el empleo, la falta de compromiso y el miedo a perder la libertad, la imposibilidad de aferrarse a algo porque todo es cambiante y efímero, son algunas de las características de esta sociedad que, según Bauman, trae como consecuencia una gran ansiedad.
¿Será que también la felicidad se volvió líquida y estamos corriendo detrás de un espejismo que no tiene nada que ver con lo que realmente le da sentido a la vida de un ser humano? Viktor E. Frankl, el psiquiatra y filósofo polaco que estuvo en cuatro campos de concentración durante la 2ª Guerra Mundial, dice que para sobrevivir en el campo de concentración era necesario encontrarle un sentido al sufrimiento, poniendo la mirada en un propósito mayor por el cual valía la pena sobrevivir; enseñar a otros, aprender algo cada día y tener algo por qué vivir en el futuro, una persona o una obra inconclusa. En medio del dolor, el sufrimiento y la nada, comprendió que un hombre despojado de todo todavía puede conocer la felicidad que viene de la contemplación amorosa de la imagen de la persona amada; por primera vez entendió el significado de las palabras ‘Los ángeles se abandonan en la eterna contemplación amorosa de la gloria infinita’. Dos aproximaciones bien distintas a lo que podría ser la felicidad, la que se alimenta de experiencias externas y materiales y la que se construye desde la conexión interior y la espiritualidad del ser humano.
Nuestra cultura parece estar obsesionada con la felicidad, dice la escritora norteamericana Emily Esfahani Smith; sin embargo, la felicidad viene y va. Es necesario encontrar el verdadero sentido de la vida, lo que, según la escritora, requiere de 4 pilares: Estar en relaciones donde la persona se sienta valorada como ser humano y pueda valorar igualmente a los otros; tener un propósito por el que valga la pena vivir y en el cual la persona pueda usar sus fortalezas para servir a los demás; ir más allá de uno mismo para trascender y tener una conexión con una realidad superior; contar la vida, no como una lista de eventos, sino como una historia que se puede editar, interpretar y resignificar en cualquier momento para encontrar todo el crecimiento y el amor que hay en ella; permitiendo que, los recuerdos dolorosos se conviertan en nuevos conocimientos y sabiduría ¿Qué pasa con el sentido de la vida en nuestra sociedad, se volvió tan líquido que se nos fue de las manos? ¿Cómo se incorpora el sentido de lo humano en los procesos de formación en la familia, la escuela y la sociedad? ¿Qué hace falta en el sistema educativo para que los niños puedan encontrar un propósito que le dé sentido a su vida y los prepare para enfrentar los retos de un mundo complejo y cambiante?