Este 21 de septiembre se celebra el Día Internacional de la Paz, una declaración de la Asamblea General de las Naciones Unidas, que este año conmemora el aniversario 70 de la Declaración Universal de Derechos Humanos (París, 1948); según el Secretario General, es hora de que todos los pueblos y naciones actúen desde el reconocimiento de la dignidad inherente y los derechos igualitarios e inalienables de todas las personas. La declaración, según la ONU, es el documento con más traducciones en el mundo, disponible en más de 500 idiomas; tal vez sabemos que existe, algunos la habrán leído y recordarán sus artículos, por ejemplo, el 3° ‘todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona’. Una invitación valiosa que, seguramente será acogida por gobiernos, movimientos pacifistas e iniciativas de derechos humanos; el resto de los ciudadanos ¿Qué vamos a hacer? o mejor, ¿Cómo podríamos o estamos contribuyendo a la construcción de paz y defensa de los derechos humanos? Cada vez me generan más inquietud los eventos conmemorativos que, en ocasiones, se quedan en la emotividad de un día.
A propósito de celebraciones, este 15 de septiembre fue ‘el día mundial de la limpieza’, una jornada de concientización ecológica, en la cual se esperaba la participación de, 150 países y 350 millones de personas que, desde Nueva Zelanda hasta Hawái, se unirían para limpiar el planeta. Por primera vez, Colombia hizo parte de esta jornada, con unos 20.000 voluntarios en 19 ciudades; Manizales se vinculó con la descontaminación de la quebrada Olivares, en la que participaron 400 voluntarios e instituciones del orden municipal y departamental. Algunas de las páginas que consulté hablaban de ‘limpiar el mundo en un día’; interesante pero discutible, como diría el humorista antioqueño. Si bien, las acciones masivas ayudan a sacudir y sensibilizar parte de esta humanidad dormida, tal vez no sea suficiente, porque con tantas celebraciones, puede ser que perdamos la oportunidad de generar mayor conciencia sobre la necesidad de construir relaciones armónicas, entre nosotros y con todo lo que nos rodea.
En mi anterior columna ‘Nuestra casa común’ me refería a una ecología integral, no quedarnos en un ambientalismo o naturalismo puros que podrían desconocer una parte importante de la ecuación, el ser humano. En 1972, Indira Gandhi decía que la pobreza es el más grande desastre ecológico; defender la naturaleza, atacar las causas que la degradan y contaminan, debe estar unido a la causa común de los pobres, los más afectados por la depredación del medio ambiente. Necesitamos crear un nuevo paradigma que nos permita incluir todas las formas de vida y reconocer la interdependencia entre los seres humanos y con el resto de la naturaleza, para sentirnos parte de la realidad y no estar sobre ella. Pensar en una ecología espiritual, como plantea el filósofo y teólogo español Victorino Pérez (2010), lo que supone: Una conexión empática con toda la realidad; pasar de sentirnos dueños y dominadores de la naturaleza para convertirnos en jardineros que la cultivan y la cuidan; incorporar en nuestra mirada, tanto lo material y lo racional como lo espiritual y contemplativo; una perspectiva de la naturaleza, donde el destino de ésta, como planteaba el científico y místico francés, Teilhard de Chardin, no es ser dominada y utilizada por el hombre, sino llevarlo a Dios.
Paz y ecología, dos temas complejos en la realidad actual que no podemos tratar de manera independiente. Cómo cuidar la naturaleza y el entorno en el que nos movemos, si como seres humanos nos sentimos separados de ella, si seguimos pensando que estamos aquí para dominarla, si tenemos dificultades para vernos y reconocernos en ese otro vulnerable. Es valiosa la propuesta del movimiento ‘Let´s do it’ o ‘Vamos a hacerlo’, de limpiar el planeta; también podríamos pensar en otras cosas que necesitamos limpiar para construir relaciones armónicas con nosotros, con el otro y con el mundo que nos rodea; limpiar lo que contamina nuestra mente y nuestro corazón, para sentir que todos hacemos parte de la misma familia humana que es parte de un todo mayor, nuestra casa común, en la que necesitamos armonía y reconciliación.
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