He visto a las mejores mentes de mi generación pelear con amigos y familiares en defensa de un político, los he vistos insultarse, amenazarse, dejarse de querer. Aun cuando estos hombres públicos han logrado superar sus diferencias y ahora, por mezquindad, vanidad, conveniencia, corrupción, vaya uno a saber sus motivos, militan otra vez hombro a hombro. ¿Habrá valido la pena el enfrentamiento con seres queridos por las vanidades de unos señores, dispuestos a todo, que solo nos usan como idiotas útiles?
He visto como, guiados por la idea de que lo público es el bien común y embotados por la utopía de un mundo mejor, hemos caído en la trampa de creer que la política es el lugar de los virtuosos, como soñaba Franklin. He visto cómo los ciudadanos comunes y corrientes nos hemos subido en un pedestal moral para defender lo indefendible, para señalar al otro que no está conmigo y con el político que me representa, que sí es el virtuoso, porque los demás son enemigos peligrosísimos, a los que hay que combatir con una serie de insultos, falacias, mentiras, memes. Aunque después ellos se las arreglen para tender puentes en su propio beneficio, para hacer alianzas que les convengan, para volver a ser amigos y tomar whisky juntos, mientras planean cómo mostrarse coherentes y mirar desde la tribuna de las redes sociales como los ciudadanos, seguimos ahí desde nuestros palcos de la superioridad moral, defendiendo la virtud del no virtuoso, en una batalla personal, en donde creemos que está en juego todo. Me he visto caer en esa dinámica, esto también es una autocrítica.
Hemos visto como, llevados por una emocionalidad azuzada por la agenda personal de los no virtuosos, nos vemos obligados a escoger presidente entre los extremos, entre los candidatos más flojos, entre las propuestas más populistas, entre los seguidores más radicales.
He visto a los defensores de la máxima virtud decir que no se puede votar por ninguno, porque ambos representan ideas autoritarias, proyectos fuertemente cuestionados, el riesgo del desconocimiento del Estado de Derecho, amenazas para el buen funcionamiento de los recursos y la administración de lo público, riesgos para la propiedad privada o la seguridad personal, según sea el caso. Y no, los políticos no son virtuosos, como se cree de algunos o como lo soñaba Franklin; son humanos vanidosos, ególatras y ambiciosos que al entrar a ese juego tan complejo que es la política han tenido que entregar parte de sus principios para llegar hasta ahí y permanecer en el poder.
Por eso, los teóricos de la democracia, conscientes de que el sueño de Franklin era una utopía, diseñaron la teoría de la separación de poderes, para controlar, mediante las instituciones, las ideas, el carácter y las propuestas caudillistas, populistas y autoritarias de quienes nos representan. En este sentido, mi voto será por Petro, que no, no es un virtuoso, pero en caso de ser elegido, para poder gobernar tendrá toda la institucionalidad en su contra: el Congreso, las Cortes, las Fuerzas Militares, la parte más organizada de la ciudadanía y la grieta que hemos creado entre los amigos, la familia, los colegas, los vecinos. Duque, por su parte, la tendrá toda a su favor. Gane quien gane, nosotros los ciudadanos, deberíamos gastarnos toda esta energía que usamos maltratándonos en defensa de un político, en hacer control de la gestión del nuevo gobierno, lo vamos a necesitar.
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015