A poco más dos semanas de la primera vuelta de las elecciones presidenciales, según las encuestas, los candidatos que tienen mayor posibilidad de pasar a la segunda ronda son Duque y Petro. Aun así es importante no dejar de lado el poder electoral de Vargas Lleras que aunque no repunta en los sondeos, porque puede tener un número alto de votos vergonzantes, sí cuenta con un apoyo considerable de las maquinarias, tiene el impulso de un gran número de congresistas electos. Es decir, parece que esto queda entre los aspirantes más flojos.
Creo que al evaluar a un candidato para un cargo de elección popular hay que tener en cuenta, al menos, tres elementos: 1) lo que representa, 2) lo que propone y 3) su carácter. En este sentido, Duque y Vargas representan a movimientos y partidos políticos fuertemente cuestionados y con exmiembros condenados por corrupción, paramilitarismo, narcotráfico, violaciones y vulneraciones a los derechos humanos y a los derechos de las mujeres y de la comunidad LGTBI. Vargas, además, en su calidad de delfín, representa a una élite de privilegios políticos, sociales y económicos que reflejan el país desigual e inequitativo que para ciertos sectores es fundamental mantener y para otros, en los que me incluyo, modificar. En el otro extremo, Petro representa a la izquierda, que nunca ha estado tan cerca del poder en Colombia, en buena parte por la historia política de exclusión y exterminio de sus partidos legales. Pesa sobre Petro la forma como sus adversarios capitalizan su ideología como una amenaza real, así como la duda sobre si una vez en el poder se comportará como un líder o como un caudillo.
En términos de propuestas, Duque y Petro coinciden en tener los diagnósticos menos documentados sobre la realidad del país y, como consecuencia, los programas y proyectos más etéreos, menos concretos y sin mecanismos claros de ejecución. Preocupan del plan de Duque su promesa de reducir los impuestos, la creación de una sola Corte, su posición sobre el proceso de paz, su política sobre tierras y desarrollo rural, su silencio sobre la descentralización y autonomía territorial y su política pública de lucha contra el narcotráfico. Petro tiene quizás las propuestas más llamativas, por no decir utópicas: democratizar la salud, la educación, el agua, la energía, la tierra, el crédito, implementar energías limpias y un único fondo público de pensiones. Las preguntas sobre las promesas del candidato de Colombia Humana son sobre el cómo: ¿De dónde saldrán los recursos, teniendo en cuenta que éste ha manifestado su apego a la regla fiscal? ¿Cómo se implementarán los programas? ¿Qué se hará con autonomía regional? ¿Cómo tramitará estas propuestas con un Congreso y una clase política que le es contraria? Por su parte, el punto fuerte de Vargas es su plan de gobierno, con un diagnóstico serio de la realidad del país, con proyectos concretos, plausibles y con plan de acción.
En carácter se rajan los tres: Duque porque le falta y Petro y Vargas porque les sobra. Una de las preocupaciones más serias que pesan sobre el candidato del Centro Democrático es su corta experiencia, que queda en evidencia en cada debate, así como su elasticidad para adaptar sus ideas y principios a las necesidades de las circunstancias. Por su parte, Petro y Vargas prenden como dinamita, son soberbios, arrogantes y tercos. Vargas, además, es despectivo y grosero. Según una medición hecha por la Fundación para la Libertad de Prensa, hasta marzo de 2018, Petro era el candidato que más atacaba a los medios, rasgo que comparte con Donald Trump, paradójicamente. Es pues desconcertante que sean estos tres candidatos los que tienen las mayores posibilidades de pasar a la segunda vuelta.
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