Joaquín tiene 25 años, es carpintero e ingeniero, llegó a Manizales desde Venezuela en noviembre. "La situación era desesperada, no teníamos para comer, mi prima que estaba acá (en Manizales), a pesar de que vivía con otros 6 en la misma casa me dijo: vente pa’ acá que donde comen 7 comen 8," dice Joaquín. Trabaja en la parte de atrás de una carpintería, el jefe le pide que sea discreto, que no atienda a los clientes, tiene miedo que lo vean los policías o los vecinos, porque no sabe qué pueda pasar, está preocupado por toda la información que sacan en las noticias sobre los venezolanos. "De todas formas, es bueno que esté aquí porque los muchachos de ahora no quieren trabajar en carpintería, es difícil encontrar a alguien que sepa del oficio y se le mida a esto," afirma el jefe. Joaquín está muy agradecido, puntualmente le pagan el salario mínimo y él manda la mitad, cerca 23 millones de bolívares, para que su mamá y su hija compren algo de comida, lo que consigan. Cuando habla de ellas se le quiebra la voz, mira hacia el techo, pero aun así es inevitable que le caigan algunas lágrimas.
La historia colombiana de los migrantes hacia nuestro país ha sido escasa. A finales del siglo XIX triunfó la teoría conservadora según la cual el desarrollo interno sería más y mejor si nos esforzábamos solo los de aquí para sacar esta tierra adelante; cerramos las fronteras a los extranjeros, y bueno, el resultado es esta patria de los mismos Rodríguez, Martínez, García y López. Después fuimos los parias: eran muy pocos los que querían venir por acá, más bien se produjo nuestra diáspora. Ahora que llegan los venezolanos, en sorpresivas oleadas, no estamos preparados social y culturalmente para recibirlos. Pero además, esta situación que es completamente nueva para Colombia, se da en un contexto global de miedo y odio a la migración. En el corto plazo, atender a una población grande de extranjeros presenta unos retos enormes, pero en largo plazo la sociedad completa se beneficia de personas que viene a dejar lo mejor de sí para echar pa’lante y que traen nuevas costumbres, gustos, formas y maneras de ver la vida que enriquecen el tejido social.
No hay que olvidar que primero fueron los colombianos que durante años viajaron a Venezuela a trabajar en las labores domésticas, a recoger las cosechas, en construcción, carpintería, sastrería, trabajos sexuales, enfermería... Muchos de los que hoy vienen a Colombia son hijos y nietos de éstos. La gran mayoría de los venezolanos que se escampan hoy en el país no vienen a delinquir, ni a implantar el castrochavismo, ni a votar por Timochenko, ni a exigir subsidios del Estado colombiano. Vienen buscando alternativas a la situación desesperada que viven en su Venezuela, a trabajar para poder comer y mandar algo de plata para los que se quedaron allá. Muchos están de paso, mientras buscan la manera para viajar a reunirse con su familia en otros lugares de centro o Suramérica, o quizás en Estados Unidos o España. Detrás de cada venezolano en Colombia hay una historia de dolor, de lucha, de desarraigo. Quisiera pensar que, a pesar de ser este país tan proclive a la violencia, la acogida a los venezolanos sea de solidaridad, generosidad y esperanza y no de miedo, odio, rechazo y xenofobia.
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Impresionante el acompañamiento de los caldenses a la carrera Oro y Paz. A finales de marzo, Manizales será la sede de la segunda parada del Enduro World Series, en esta ciudad de ciclistas, seguramente la acogida será así de entusiasta.
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