Una de las funciones de la democracia es actuar como mecanismo para discutir las ideas sobre lo público, esta tarea plantea un reto inmenso porque los ciudadanos nos inclinamos con mayor facilidad por los sentimientos que por los argumentos. Por eso decía Marcuse, en plena guerra fría, que los políticos tenían que buscar, crear y difundir miedos, enemigos y amenazas, para luego presentarse como portadores de las soluciones, los redentores, los mesías. "Los que hacen la política y sus proveedores de información de masas promueven sistemáticamente el pensamiento unidimensional. Su universo del discurso está poblado de hipótesis que se autovalidan y que, repetidas incesante y monopolísticamente, se tornan en definiciones hipnóticas y dictadas."
Esta descripción de la realidad política se ve claramente expresada en la supuesta amenaza castrochavista que se cierne sobre Colombia. Es una idea que mueve el sentimiento de una buena parte de la población, que siente terror de verse reflejado en las imágenes y la información que llegan desde Venezuela a través de las noticias, las redes sociales, los amigos y los migrantes. Hasta ahí el sentimiento, que es comprensible, nadie quiere pasar por la crisis que viven hoy los venezolanos: escasez de comida, medicamentos, empleo, ingresos, seguridad, libertades individuales… Sin embargo, lo que no acompaña esta pasión son las razones por las cuales dicha amenaza castrochavista no es tal que pueda concretarse en el contexto político nacional.
Colombia, históricamente, ha sido uno de los países más conservadores de América Latina. El centralismo, la mala comunicación entre las regiones, el desarrollo andino alejado de los puertos, no haber tenido un flujo alto de migrantes, la influencia de la Iglesia católica en los asuntos públicos, han sido factores determinantes en el carácter conservador de la cultura política colombiana. Sin embargo, uno de los elementos más importantes de dicho rasgo cultural ha sido el prolongado periodo de lucha de la guerrilla marxista. El conflicto armado, en el que se han perpetrado las prácticas más inhumanas, en completo desconocimiento del Derecho Internacional Humanitario ha generado un desprecio por los movimientos de izquierda que se hizo evidente en el plebiscito del 2 de octubre de 2016, donde 6.431.376 ciudadanos votaron en contra de un acuerdo de paz, movidos, en buena parte, por el malestar que genera en la población el actuar de los grupos guerrilleros. Esta situación, así como la persecución armada a los líderes de la izquierda legal, no ha permitido que en el país se consoliden opciones políticas fuertes por fuera de la derecha y del centro.
Para ser presidente de Colombia se necesitan cerca de 8 millones de votos, la votación más alta que ha tenido la izquierda ha sido de 2,6 millones, que la obtuvo Carlos Gaviria Díaz, un candidato que aunque militaba en el Polo Democrático, defendía ideas liberales más que progresistas. Gustavo Petro, que llegó a la Alcaldía de Bogotá con 723,157 votos tiene una imagen desfavorable del 53%. Jorge Enrique Robledo, que sacó 191,910 votos para el Senado en 2014, sabe que solo no llega a presidente y por eso rema con Claudia López y Sergio Fajardo para que la Coalición Colombia sobreviva. Clara López tiene una imagen negativa del 48% y una intención de voto del 5%. Por su parte, la percepción desfavorable de Timochenko es del 82% y la intención de voto del 1%. En las elecciones legislativas de 2014 el Polo Democrático Alternativo alcanzó 541.145 votos para Senado y 414.346 para Cámara.
Así pues, el desarrollo de la cultura política en Colombia, que se ve reflejada en los resultados electorales y en las mediciones de opinión, demuestra que es poco probable la consolidación del castrochavismo en el país. En la próxima columna analizaré otros elementos que se dan como razones para despertar el sentimiento de miedo ante una amenaza poco plausible.
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