Qué gran fiesta la que se vivió en la Villa de Leyva durante tres días en los que la historia, vestida de fantasía, se paseó por sus empedradas calles, de la Catedral al Claustro de San Agustín para luego subir y empinarse hasta el Claustro de San Francisco. Crónicas, relatos y testimonios recrearon a esta villa durante el Primer Festival Internacional de Historia.
Ocurrió entre el 14 y el 16 de septiembre.
¡Qué maravilla sentir a Álvaro Tirado Mejía con sus ilusiones perdidas en la década de los años sesenta, y qué ilusión que esos maravillosos años, esa explosión de vida, libertad y bienestar regresen y sean compartidos!
El recuento grande de Moisés Wasserman sobre las ideas y el progreso.
Oír a Napoleón transitar por los vericuetos de nuestra independencia al compás de Philippe Montanari, Presidente de la Sociedad Napoleónica de Francia, y evidenciar la influencia del emperador en nuestra historia, y si se quiere aún más, justificar la Patria Boba.
Entender cómo emerge lo andino desde la Patagonia hasta el Caribe, raíz y fundamento de nuestra elusiva identidad, en sencillas y precisas palabras de Enrique Ayala.
Navegar en el Galeón San José desde su primer envión marinero, después de quedar anclado dos años en el astillero que lo parió, sino trágico de su vida en alta mar, hasta sentirlo partir desde Panamá hacia Cartagena para entregar a las profundidades del Caribe su historia y los tesoros arrebatados, según maravilloso relato de Ernesto Montenegro.
Deleitarse con la fresca e inspirada ilustración del nobel payanés Juan Esteban Constaín, sobre las consecuencias de “La Gran Guerra”, y cómo al cerrarse este episodio de la historia en 1918, el mapa del mundo cambió y la guerra se atrincheró para quedarse.
Cómo Juan Marchena, al ritmo de los 113.609 versos de don Juan de Castellanos, y desde las tinieblas del olvido, rescata los universos de los indios, su cultura, su honor y su valor.
Aquí algunas de las historias charladas en este bello encuentro del hombre con su historia.
Organización impecable, logística seria, público espléndido, pueblo maravilla y calles empinadas, dibujaron un espacio mágico para vivir el Festival, cual pincelada del maestro Antonio Pérez.
Como lo expresó una amable, altiva y joven periodista local al terminar un debate sobre la historia de la “Desobediencia Civil” en la emisora comunitaria, solo falta que estas charlas se lleven a escuelas y colegios para conocimiento y gozo de los niños y jóvenes de la comarca.
La mañana del domingo, al cierre del Festival en el Claustro de San Francisco, y cuando Don Juan de Castellanos se bajaba del estrado con sus versos y sus indios, un muchacho auxiliar de la organización, con malicia y talante boyacense, entre murmullos comentó: “Estas historias deben contarse por toda Colombia e imprimir en cartillas para volver a tener la alegría de leer”.
Que la historia vuelva, y que nos ayude a comprender que “Ningún tiempo es pasado”, como en el libro de Juan Esteban Costaín.
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