Me parece un hecho de innegable demostración que la relación de las universidades con sus entornos es difícil y compleja. Quizás Ortega y Gasset tenga razón cuando dice que la academia depende más “del aire público” que “del aire pedagógico artificialmente producido dentro de sus muros”. Y precisamente por esto, su trazado histórico, político y social la conminan a que en la actualidad diseñe su propia reconfiguración, entre otros aspectos, del principio milenario de la autonomía, elemento fundamental para que preserve su inmensa responsabilidad de salvaguardar el patrimonio científíco y cultural de la nación.
La universidad ha pasado por muchísimos ciclos en los que se manifiestan rupturas y discontinuidades, tensiones propias de los cambios a los que se ve sometida y que, al parecer, no le es posible evadirlas.
Y, por obvias razones, hoy por hoy, la Universidad de Caldas (de la que soy orgullosamente graduado) no es la excepción. A estas alturas, con 75 años de existencia, me parece que no cuenta con una narrativa que permita encontrarle un sentido que acompañe sus nuevas formas de organización y prácticas de producción y gestión del conocimiento, ni mucho menos de garantizar la efectividad de los procesos del aprendizaje. Es sabido que son muchos los intereses que se mueven en su interior: cinco sindicatos, cada uno con interpretaciones e intereses particulares; graduados que no nos preocupamos por devolverle mínimamente lo que tanto nos dio; partidos políticos que afilan sus garras cada que hay elecciones para intervenir en la designación de quién funja sus destinos. De hecho, muchos hacen cuentas (basados en la experiencia) de cuál es el candidato que mejor se ajusta a los intereses de tal o cual senador, gobernador o delegado de la Presidencia, lo cual hace que esta escogencia adquiera los vicios tradicionales de la politiquería que pervive en este país. ¡Qué insensatez!
La analogía de los expertos en educación superior respecto de que así como la ciudad es para la vida civil, lo es la universidad para la vida del pensamiento, nos invita a pensar que debemos ser muy cuidadosos al escoger el próximo rector de la U. de Caldas. Desde mis intencionalidades creo que tenemos que pensar, juntos, en acabar el horroroso lastre de que el Congreso, los medios de comunicación, los industriales y comerciantes pesen más que la Universidad misma. La universidad per se es milenaria, y aquellos estamentos tienen una vida más corta.
¿Un rector para la U. de Caldas? Un rector que no pierda el horizonte de que la Universidad es el producto de una construcción cultural que emana de su hoy cuestionado poder autónomo, mismo que está ligado a sus legitimidades intelectuales, sociales, políticas e históricas. Un rector que, en primera instancia, reconozca que es una Institución que tiene muchas ineficiencias administrativas; y que, en consecuencia, diseñe un gran pacto por la gobernanza, pacto que solo puede ser construido de manera colectiva, siempre y cuando profesores, estudiantes y administrativos no continúen pensando en ser los poseedores de la verdad revelada. Un rector que lidere grandes conversaciones alrededor de las cuales giren los intereses comunes para preservar la institucionalidad. Un rector que convierta cada una de sus actuaciones en hechos morales.
Me queda un sabor amargo con quienes se acaban de postular a la rectoría de la U. de C. Nuestras abuelas decían que en el desayuno se sabe lo que va a ser el almuerzo. Y cuando uno escucha que ante los medios de comunicación algunos dijeron que desean ser rectores dizque porque la quieren mucho (¿alguien no la quiere?), porque la quieren oxigenar (¿qué querría decir?), porque hay que darle paso a la juventud (¿cuál experiencia?); otros, dizque porque conocen todos los trámites e indicadores para lograr la acreditación (muchos en la U. de C., sí que los conocen bien, y no por eso se lanzaron); porque tienen una gran vocación de servicio (eslogan de politiquero). Y la perla que alimenta mi antipatía: un aspirante que siendo profesor de tiempo completo en la U. de Caldas, maltrata y humilla a los estudiantes de otra universidad. Habrase visto tal cinismo. Pero esto es lo que dio la tierrita. Con estas cartas jugaremos. Confío en que los amigos graduados nos podamos manifestar de manera conjunta y votar por un rector que no pierda el horizonte de que la U. de Caldas es un bien público y que, como tal, debe ser cuidada y protegida.
Finalmente, no puedo dejar de lamentar el que ninguna mujer se haya postulado. Conozco a muchas profesoras que hubieran podido participar con buenas posibilidades de llegar a ser excelentes dirigentes de la U. de C. ¿Por qué no lo hicieron? Ojalá en medio de los debates que se avecinan se manifiesten.
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