Por extraño que parezca, quienes se suicidan lo gritaron muchas veces. Solo que en estas sociedades nuestras no queremos oír semejante “despropósito.” Y peor aún, escuché hace poco que se pretende proscribir la palabra suicidio, porque el mencionarla, dicen, es una invitación implícita para que alguien decida ponerle fin a su vida por mano propia. ¿El problema estará en el vocablo mismo, o, en que, como sociedad, nos da miedo abordar este asunto?
Comparto con la psicóloga Fanny Bernal Orozco, quien dijo en el programa Vení Conversemos (del Departamento de Humanidades de la U. de Manizales y que se emitió ayer), que cuando las personas están enfermas, o han sufrido alguna fractura en su cuerpo, lo más obvio es acudir al médico; pero que cuando se tiene un problema de enfermedad mental, no se pide ninguna ayuda. Y le asiste la razón. ¿Quién piensa llamar a un psicólogo cuando ve que alguien sufre un trastorno mental de ansiedad o psicótico?; y todavía más: tampoco lo llamamos cuando nos damos cuenta de que alguien tiene un comportamiento zombie (Síndrome de Cotard); y no preguntamos por qué sus manos parecieran tener vida propia (Síndrome de la mano ajena; a lo sumo recordaríamos a Dedos, el personaje de los Locos Adams). Frente a estos desórdenes mentales, como sociedad, no hacemos mucho. Y ahora, nos dicen que es mejor no mencionar la palabra suicidio.
Si no llamamos a las cosas por su nombre, y si familias, psicólogos expertos y Estado, no nos sentamos juntos a reflexionar con seriedad sobre este mortal problema, no nos extrañemos de que el índice de suicidios se incremente. El estudio que la organización Carga Global de Enfermedad de 2016, determinó que en 195 países el suicidio está dentro de las 10 primeras causas de muerte que generaron más años de vida perdidos en el mundo. La OMS dice que cerca de tres mil personas se suicidan cada día; y que las tasas en los últimos 50 años se han incrementado en un 60%, especialmente entre los más jóvenes. En Colombia, el panorama sí que está grave: a pesar de que se trata de un fenómeno prevenible de salud pública, que es tratable y se puede curar, aquí es la cuarta forma de violencia con una tasa de mortalidad, en el 2016, de casi el 5% por cada 100 mil habitantes. Se dice que por cada mujer se quitan la vida cinco hombres; quizás esto se deba a que las mujeres se expresan más y mejor. En la última década, según informes de Medicina Legal en Colombia se presentaron 18 mil 336 casos de suicidio. ¿Qué hacemos? ¿Seguimos sordos?
Este asunto, como lo dice el experto en suicidio, Jaime Alberto Carmona Parra, profesor de la U. de Manizales, y coautor del texto El suicidio, el problema también es cultural. Dadas las circunstancias de vida actuales, si queremos comprender la situación del suicida, es necesario considerar el carácter desesperanzador de la existencia que sienten muchos ciudadanos. Es innegable que éstos reflejan un desencanto ante la vida y frente a lo cual, muchos (por no decir que todos) han pensado alguna vez en terminar con su vida. Pregúntese, amable lector, con la mano en el corazón: ¿ha pensado alguna vez en ponerle fin a su vida?
No hago una apología al suicidio. Ni más faltaba. Es un grito que me sale del alma. Hace poco, viví en carne propia el que una mujer muy cercana a mi corazón y a mi familia decidió quitarse la vida. Y lo que busco es que pensemos que la idea del suicidio trae a un primer plano el tema de la vida. No busco hacerle culto a la muerte, todo lo contrario, quiero repensar la vida misma. La vida tiene sentido, vale alimentar los sueños, las esperanzas; conviene contrarrestar los miedos y las absolutas certezas que nos llevan a creer que el destino está trazado, lo cual no nos permite entender que somos autores de nuestro propio destino.
No quiero ni un suicidio más. No quiero escuchar a nadie gritar, en silencio, me voy a suicidar. Contradigo a Dante en su inscripción en la puerta del infierno cuando escribió “lasciate ogni speranza, voi ch'entrate”: "Abandonad toda esperanza, quienes aquí entráis." Cuando entramos a esta vida, debe suceder todo lo contrario: contener toda esperanza. Cuando nacemos no llegamos al infierno. Llegamos a la luz. La vida es bella y sagrada. Cuidémosla. Cuidémonos.
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