En mi casa se dañó una tubería del agua. Llamé a la aseguradora y quien vino a realizar el diagnóstico me dijo que debía esperar, por lo menos, dos meses para hacer las reparaciones, porque tenía muchas solicitudes antes que la mía. Y mientras tanto… ¿qué hago? Me dijo que conocía a alguien que podría hacerlo rápido. Me dio su tarjeta y en las horas de la tarde, el personaje ya estaba en mi casa. Me comentó que el arreglo era fácil, y que valía 500 mil pesos. ¿Por qué tanto?... ¿Cuánto valen los materiales? “85 mil pesos.” Entonces, Ud. me está cobrando por la mano de obra 415 mil, ¿no le parece exagerado? “Es que de esa plata a mí solo me quedan 100 mil.” ¿Y el resto? “Pues una parte para quien me recomendó; y a él le toca darle a su jefe lo que le “corresponde.” En consecuencia, si yo, un ciudadano común y corriente, hubiera pagado terminaría sosteniendo a un personaje que no hace nada por mí, y sería otro parásito más.
Así funciona uno de los sistemas más perversos y eficaces de las sociedades: la corrupción. Hay quienes construyen una analogía entre la corrupción y el piojo. Cuando alguien alimenta piojos ajenos corre el riesgo de que termine rascándose su propia cabeza. Esta relación no es tan equivocada si la idea es entender la decadencia de una sociedad. Por ejemplo, la corrupción en el ámbito de la política es producida por parásitos que ora se introducen ellos mismos en los organismos públicos para “chuparles la sangre”, ora ponen a su servicio a individuos para que hagan las respectivas “transfusiones.” Y no deja de sorprenderme que semejante descomposición no genere la suficiente indignación como para que se lance una campaña de desparasitación.
¿Sobre qué se haría una campaña de esta índole? Quizás el Informe de Transparencia Internacional, respecto del Índice de Percepción de la Corrupción (IPC, 2017), que lo hace sobre la corrupción administrativa y política, probablemente nos dé pistas. Cubre temas de sobornos, desvío de fondos públicos, trabas administrativas; nombramiento de funcionarios en función del nepotismo, y captura del Estado por intereses particulares. Pero este IPC no cubre todos los parásitos. No tiene en cuenta el fraude fiscal, los flujos financieros ilícitos, los abogados y asesores financieros, facilitadores de esta enfermedad; tampoco el lavado de dinero ni las economías y mercados informales; y ni siquiera la corrupción en el sector privado.
El economista Juan Carlos Marín, en el programa de radio Vení Conversemos (del Departamento de Humanidades de la U. de Manizales) habló de la denominaba Ética del Desarrollo. Explica que el desarrollo “es la capacidad de una sociedad para desarrollar el potencial del capital cultural y del capital político.” Y dice que en esta relación lo ético debe estar conectado estrechamente con lo político. Lo cual es de primerísima importancia porque lo que se cuestiona aquí es cómo estamos construyendo nuestros comportamientos con los demás. El abogado Lorenzo Calderón Jaramillo (también ahí) argumenta que “siempre habrá un privado dispuesto a moverle la línea ética a un funcionario, tentándolo con alguna prebenda para que se tome alguna decisión a favor de él.” Ahí es cuando uno entiende que la moral se volvió tan importante que hay quienes tienen dos morales. Piojos con las dos morales.
Desde la perspectiva jurídica se busca mostrar la corrupción como un problema exclusivo de personas que roban; claro, hay corruptos, pero realmente el problema está en que el modelo mismo es corrupto, induce a la corrupción; y maneja la res pública creando altos niveles de desconfianza, bajo el supuesto de que así es como se controla este mal social.
Una campaña de desparasitación debe empezar por reconocer que si bien este país cuenta con un proyecto de nación sustentado en la Constitución Política (/91) que fue el resultado de un sueño colectivo, también lo es que tenemos un Estado fracturado, descompuesto; pero, como lo dice Calderón Jaramilllo “no es porque no tengamos un propósito colectivo, sino que como colectivo no hemos sido capaces de hacerlo juntos.”
La academia, también tiene una alta responsabilidad: sus profesores tienen la responsabilidad política de responder el desafío de la formación de la conciencia ciudadana, lo que implica, desde las aulas, diseñar una sincronización de la vida individual con la vida colectiva.
El propósito, entonces, es pensar que quizás uno de los remedios para acabar con los piojos es la construcción de integridad, desde el Estado mismo, con el fin de trasladar a los ciudadanos valores y conciencia sobre su propia existencia; y para ello es necesario acabar con la desconfianza y dejar de manejar todo a espaldas de los ciudadanos de ‘a pie’.
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015