Un amigo me decía que la política lo tenía desencantado y que lo mejor era no hacer nada porque nadie hace nada. Comprensible. Hay una escandalosa manera de ejercer la política en este país desde hace mucho tiempo, y que para los ciudadanos de ‘a pie’, conlleva desencanto y desesperanza. De manera paradójica esto se volvió parte del paisaje. Esta naturalización del desencanto no les preocupa a los militantes de los partidos políticos: reconocen que los ciudadanos los critican y hasta los miran con desdén, pero saben que el día de las elecciones cuentan con sus votos.
Los partidos tradicionales, los de siempre, buscan “re-encantar” a los ciudadanos aduciendo que es cierto que los tiempos han cambiado y que es necesario buscar nuevos “líderes.” Hay quienes, con la esperanza puesta en el pasado, dicen que ha llegado una “tropa moceril” para “restablecer principios y disciplinas”; y como saben que no les es suficiente para continuar con sus nuevas viejas prácticas, se dedican a diseñar estrategias para aliarse con otros partidos, pero con los mismos de siempre, con la firme y férrea idea de continuar siendo partidos de Gobierno.
Y como sucedió con la coalición política bipartidista para hacerle frente a Rojas Pinilla, bajo el pretexto de reconstruir la democracia, hoy en día sigue la misma coalición, solo que con distintos nombres, “jóvenes caudillos” (relevo generacional, dicen), para afrontar la debacle de la democracia que proviene de quienes están en otras orillas ideológicas y han contribuido con la desinstitucionalización del país. Los partidos tradicionales continúan haciendo alianzas entre ellos y maquillando con “buenas intenciones” y discursos “modernos” el clientelismo, la excesiva burocracia y la corrupción, ocultando y no reconociendo que también han sido causa de las violencias armadas y de la desmoralización de las instituciones.
La pregunta central de estos tiempos sería: ¿estamos ante un rechazo de la democracia liberal (no estoy hablando del “glorioso” Partido) y de su reemplazo por una especie de autoritarismo disfrazado de orden y libertad? Casos… a la vista: Trump (EE.UU), Putin (Rusia), Narendra Modi (India), Recep Erdogan (Turquía), Viktor Orbán (Hungría), Andrzej Duda (Polonia), todos estos son mandatarios de derecha. En América Latina y en Colombia, los casos son bien conocidos. Las alarmas están encendidas: hay un giro planetario hacia la derecha, aunque cuando se les pregunta si son de esa orilla, lo niegan. Hoy todos son de centro.
¿Qué hacer en Colombia con estos partidos tradicionales divididos, fracturados que invitan a que los ciudadanos de ‘a pie’ sigan confiándoles las riendas de sus destinos?, ¿qué hacer con esta fatiga y angustia democrática? Me parece que justo ahora, ad portas de elecciones en Colombia, los ciudadanos, como usted y como yo, tenemos el deber moral de sentarnos a diseñar un país en donde la racionalidad, los valores democráticos, el humanismo y el laicismo formen parte del quehacer cotidiano de quienes creemos que hay otras maneras de ejercer la política, para construir un país distinto, más justo y solidario; en donde la dignidad y el valor sagrado de la vida se conviertan el pan de cada día. Obvio, no hay un único camino para resolver esta cuestión, pero por eso mismo es un deber diseñar juntos respuestas al margen de los partidos tradicionales que han demostrado hasta la saciedad que no son otra cosa que empresas electoreras. Construyamos una razón común para defender una democracia liberal en sus vertientes económica y política. Cada vez, hay más ciudadanos dispuestos a pensar este país y a elegir a unos gobernantes, con independencia de los partidos tradicionales, para construir un país distinto al que tenemos.
Y… los que no son tradicionales, pero buscan afanosamente avales de sus movimientos ¿serán capaces de sentarse a la mesa, olvidar sus egos y diseñar alianzas decentes, limpias y sostenibles? ¡Ummm…! no estoy muy seguro. Sobre esto conversamos después.
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