Al igual que lo manifesté en una columna pasada, respecto de lo que yo, un ciudadano de ‘a pie’, espero del rector de la U. de Caldas: que cuando termine su período, la deje mejor de lo que la encontró, también de los graduados espero que contribuyan (me incluyo, por supuesto) con la transformación de la ciudad, el territorio y el país, sobre todo porque muchos se encuentran en posiciones de influencia o de autoridad en cargos representativos en el mundo del trabajo. Los graduados son la mejor carta de presentación de las universidades, pues son el fruto del trabajo científico y cultural que se adelanta en las mismas.
Los graduados que no estamos vinculados con la U., también somos responsables de su destino. Deberíamos estar pensando, junto con los casi mil profesores y los 800 administrativos, en el diseño del futuro de los 15 mil estudiantes. No debemos olvidar que nos asiste el cumplimiento del mandato moral y político que demanda la sociedad.
Infortunadamente somos muy pocos quienes nos interesamos por el destino de la U. de C. Por eso no es de extrañar que tengamos tan poco peso en las decisiones que se toman en sus instancias de poder. Por ejemplo, se debatió y se aprobó recientemente el reglamento electoral que tiene que ver con elección de rector, decanos, directores de departamentos y de programas. En la ponderación (Art. 2), aparece que cuando no se logre elegir el tercer miembro para la terna se hace un ponderado en donde el porcentaje de los graduados es de solo el 20%. ¿Cuál fue el criterio para esto? Quizás la débil participación nuestra. Incluso, hay quienes han propuesto que no tengamos más representación en los consejos de la U. Esta consideración, por supuesto, no es seria ni respetuosa para con los egresados. Así no. Al Acuerdo, también le falta cómo elegir a los graduados. Algunos, muy pocos, enviamos al Consejo Superior una propuesta para la elección de los representantes nuestros. ¿Quiénes pueden ser, qué compromisos deberían adquirir los futuros representantes? Eso es lo que tenemos que conversar.
Pero también pienso que la U. de C. debería cambiar de estrategia con los egresados. Éstos son mucho más que una potencial fuente de recursos. Si se pensara en ellos no solo para “mostrarlos” cuando se programan visitas de pares académicos para las acreditaciones, lo más probable es que contribuirían con el fortalecimiento del sitial que debe tener en la sociedad. La calidad también está no solo en demostrar que muchos egresados ocupan, de manera honesta y responsable, altos cargos en lo público y en lo privado, sino también en reconocer que muchos de éstos apoyan y respaldan a la U. Es fundamental que se considere la trayectoria universitaria de sus profesionales destacados por sus altos valores morales.
Por ahora, hago un llamado a los egresados de la U. de C., para que abramos una amplia conversación sobre la organización del poder, sobre la forma de a quiénes designar para que ocupen los cargos de representación nuestra en los consejos de la institución y, en consecuencia, sobre el carácter y el alcance de nuestra participación en la toma de decisiones. Que también conversemos en torno a si los administrativos deberían tener asiento o no en los órganos de dirección de la institución. No me parece que a éstos no se les tenga en cuenta ni siquiera para la consulta. ¿Son o no parte importante de la U. de C.?
Y una última perla: cinco de los nueve miembros del Consejo Superior no forman parte de la Universidad, son impuestos por los Gobiernos nacional y departamental, sin dejar de mencionar que, en ocasiones, ha habido egresados que hacen representaciones ideológicas. Así es muy difícil que en el marco de la autonomía se pueda decidir su destino. ¿En dónde queda la democracia? Mejor dicho, temas es lo que hay.
Que ni los egresados ni la Universidad perdamos esta causa es, por supuesto, de alta valía para la ciudad y el territorio, pero sobre todo para que se supere esta época de corrupción y de mediocridad en el manejo de los asuntos vitales de lo público.
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