La democracia en América Latina está sangrando a borbotones en Venezuela y Nicaragua. Dos regímenes de izquierda que han terminado en vulgares dictaduras, pasando por encima de todos los derechos humanos y los mínimos democráticos en sus países. Los dos tiranos de América en la actualidad son Maduro y Ortega.
El caso de Venezuela ha sido comentado hace varios años. Pero el hecho de que las enfermedades contagiosas hayan revivido en ese país, que las cárceles sigan teniendo presos políticos, que la economía esté sencillamente desfondada y desmantelada, que las libertades públicas hayan desaparecido, que la mafia haya cooptado a los militares, que la producción petrolera esté en crisis, que no haya medicamentos básicos para atender la población, que miles de venezolanos estén migrando forzadamente a toda América, son síntomas de un régimen fallido. Además, un Estado que está señalado como de los campeones de corrupción. En fin. Estamos frente a un hundimiento de un proyecto político que se vendió por la izquierda y que ha terminado por desbaratar el país.
A su vez, Nicaragua no se le queda detrás. Nicaragua con la dictadura del entonces comandante revolucionario que combatió al General Somoza, una de las peores dictaduras de derecha en la historia del continente, está terminando haciendo lo mismo: combatiendo al pueblo nicaragüense. ¡Llevan más de 212 muertos y 500 prisioneros y Ortega sigue atornillado al poder! La situación ha hecho crisis desde la última reelección tramposa de Ortega. La persecución a los universitarios, una de las fuerzas más corajudas que ha habido en este país, se ha convertido en la muestra de la dictadura establecida. Pero la semana pasada hubo un triste hecho que reafirma la tragedia del pueblo nicaragüense: “Al menos ocho personas, incluido un bebé de 15 meses, han muerto en las operaciones policiales y paramilitares de este sábado en Nicaragua, en una nueva represión contra los opositores al presidente nicaragüense Daniel Ortega” (ABC). La muerte del bebé refleja cómo las esperanzas en dicho país están desapareciendo.
La izquierda latinoamericana tiene una gran deuda con la democracia. Sus alternativas políticas en Venezuela y Nicaragua han generado profundas heridas en sus países y han degenerado en populismos de izquierda y luego, en temibles dictaduras. La fragilidad del sistema democrático americano ha demostrado sus falencias, pues el control social de los países entre sí ha brillado por su ausencia. En efecto, el auto-control ha sido muy tímido en algunos casos y en otros, sencillamente ausente y se han convertido en cómplices silenciosos de los crímenes de estos regímenes. La educación ciudadana y política en nuestro continente es todavía incipiente, nos falta mucho para madurar como democracia.
Maduro y Ortega son dos caras tristes, sinónimo de terror y despotismo, de violación de los derechos humanos. Una vergüenza para el continente.
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