Frente a un mundo que cambia profundamente a una muy alta velocidad, formar a los futuros profesionales es muy complejo. ¿Para cuál mundo preparar a las nuevas generaciones? Esta situación ha llevado a una reflexión bien interesante sobre cómo formar para este futuro tan incierto. La pregunta entonces se focaliza en cuáles son las competencias que deben tener los profesionales en el siglo XXI para enfrentar en buena posición a un mundo cambiante.
Las cinco competencias que aparecen como centrales, pues preparan a los futuros profesionales para dar una respuesta a ese entorno que soporta profundas y variadas metamorfosis, tienen que ver con la capacidad para manejar la información y el conocimiento; la capacidad para convivir con otros; la capacidad para entablar relaciones de sostenibilidad con la naturaleza; la capacidad para manejar incertidumbres y finalmente, la capacidad para vivir éticamente.
La rapidez de generación de conocimiento sobre todo en los campos científicos y técnicos está duplicando el volumen de información cada cuatro años. ¡Menos del tiempo que dura una persona estudiando un pregrado en la universidad! Por ello, cualquier profesional deberá tener una gran capacidad para articular, sintetizar y armonizar el conocimiento. Además de una gran habilidad para mantenerse actualizado. Hay que hacer énfasis en la metodología para procesar información y no tanto para aprender contenidos.
El mundo globalizado impone un profundo reto de relación intercultural. Es la única forma para entrar en diálogo con ese mundo plural y diverso en que vivimos. No podemos pensar ya en un único tipo de mentalidad ni de cosmovisión. Hay que tener una capacidad para convivir con otros. Lo cual exige flexibilidad, adaptabilidad y posibilidad de construir consensos con otros.
Hemos herido la naturaleza con una inmensa irresponsabilidad, a tal punto que hemos puesto en duda la sostenibilidad de nuestra casa común, el mundo. No estamos asegurándole a las nuevas generaciones las mismas condiciones de sostenibilidad de la cual gozamos nosotros. Por ello, repensar los modelos económicos y sociales y su relación con la naturaleza dará la posibilidad de recuperar el futuro para la humanidad.
Las certezas, las grandes verdades, las soluciones únicas, ya no tienen mucho espacio en el mundo plural que vivimos. Por lo mismo, las nuevas generaciones se verán inmersas en unos escenarios donde la incertidumbre será la regla general. Y en esos ambientes de la probabilidad, no de las certezas, es que se desarrollará la vida. Por ello, será vital esa capacidad de tener una flexibilidad y arrojo para hacer apuestas y asumir riesgos en la vida.
Finalmente, la necesidad de darle un sentido a la vida, implica asumir la existencia éticamente. Y la toma de decisiones de forma coherente puede ser si quiere la principal competencia para los profesionales.
Con estas competencias, las nuevas generaciones podrán afrontar con creatividad y dignidad el futuro.
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