El tono de la discusión social y política del país no le conviene a la sociedad colombiana. Le hace daño profundo por la deformación de la opinión pública y entorpece la generación de consensos y disensos para mal del país.
El tono ha pasado de nivel, se ha colocado en el campo que muchos llaman con elegancia la zona de la “postverdad”, pero en realidad lo que estamos es salpicando el diálogo y la discusión con la calumnia, la mentira, las verdades a medias y los insultos.
En poco tiempo y delante de los jueces y magistrados de la república hemos visto al expresidente Uribe retractarse de lo dicho sobre Holman Morris; a la senadora Claudia López retractarse, por orden judicial, de lo que había afirmado sobre el exministro de vivienda Luis Felipe Henao; el caso del senador del Polo Democrático, Jorge Robledo, y el actual fiscal general de la Nación, Néstor Humberto Martínez, quedó en tablas con un retiro de la demanda de este último.
Este escenario muestra que hay excesos en la discusión pública, que no hay cuidado, que hay ligereza, por decir lo menos.
Este tono no es bueno para una democracia, abusa de la libertad de expresión, enloda el buen nombre y la dignidad de las personas, y oscurece la formación de una opinión pública informada pluralmente. Para que una sociedad funcione deben existir grados de confianza, y entre mayor sea la confianza, aunque se piense muy diferente, hay posibilidad de dialogar que permita la construcción colectiva, de lo contrario si dejamos que la desconfianza se apodere de nuestros discursos se hace imposible llegar a acuerdos sociales. En el fondo se trata de la protección de la libertad de opinión, de la protección de la democracia. Y obviamente se trata también de vivir en un ambiente agradable y respetuoso. La violencia no se puede apoderar de nuestra forma de hablar y de relacionarnos con los demás.
La sociedad colombiana requiere de espacios de discusión y diálogo abiertos, pluralistas, donde la opinión pública pueda hacerse a una información que le permita tomar partido. Ahora en tiempos de post-acuerdo de paz, se requiere de espacios para que todos podamos hablar y escucharnos. Pero un escenario enlodado con la mentira y los insultos es el peor servicio que le podemos ofrecer a la discusión pública. Igualmente, tenemos todo el derecho para que nuestra sociedad implique un tejido social de respeto, cuidado y verdad.
Los atropellos generados y la manera como se han ido retractando de los excesos, dejan secuelas. Primero muchas de las audiencias de conciliación en donde se han dado dichas retractaciones se prestan para muchas dudas sobre el espíritu en que se hicieron, ¿fueron realmente auténticas? Y paralelamente dejan muchas heridas. Y se genera un daño antropológico a la sociedad como un todo pues todo abuso, toda violencia deja traumas, y más allá, la sociedad como educadora nata de las nuevas generaciones está fallando cuando personas líderes de la comunidad están proporcionando este deplorable espectáculo.
¡No más calumnia, más respeto!
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