Estamos en un momento de transición estructural en la política colombiana. Así se reflejó en los resultados del proceso electoral que vivimos para elegir Presidente de la República, que nos dejó múltiples lecciones y retos. Es una transición con varias características: generacional, de la estructura de los partidos, de la mecánica electoral, de las costumbres políticas, etc. Pero de todos los elementos de la transición llama la atención el papel de los jóvenes y la manera como el espectro político se amplía más allá de los partidos tradicionales, además, tendremos, por primera vez en las últimas décadas, la oposición liderada por la izquierda. Y lo que menos le puede servir al país es el asesinato de los líderes sociales que estamos experimentando.
Esta transición es vertiginosa y se da en medio de una polarización electoral, que no nos debe asustar, sino que debemos aprender a convivir con ella. Muchos países occidentales lo han aprendido a hacer muy bien. Y lo que es más importante, han logrado que sea beneficioso para el bienestar general y la plural participación en democracia. De otra parte, la polarización electoral permitió tener en la contienda electoral propuestas claramente diferenciadas. No se trata del bipartidismo suavizado. Pero, debemos agenciarla debidamente. Los medios de comunicación tienen un serio compromiso en el manejo inteligente y responsable de la información y la generación de opinión pública, para así asegurar un proceso sano de confrontación de ideas y opciones. De tal forma que la valoración de ellas sea constructiva y asegure un buen futuro para todos. No podemos permitir que el miedo y la “visceralidad” nos manejen. Hay que ir a los datos, las evidencias y las argumentaciones racionales.
Si la polarización electoral pasa a un antagonismo político incapaz de construir pactos, acuerdos o consensos básicos y respetados por todos, en perspectiva de bien común, de bien mayor y en clave de futuro, perdemos la gracia de una democracia. Y lo que sería peor, podríamos reeditar en nuevas arquitecturas y manifestaciones de episodios de violencia y de violación de los derechos humanos en los que no queremos volver a quedar atrapados. Éticamente, debemos defender y privilegiar la racionalidad sobre la violencia. Por eso debemos levantarnos muy claramente contra el asesinato de líderes sociales, lo cual es sencillamente inaceptable. Hay que evitar que la omisión de la sociedad termine siendo la complicidad silenciosa de la mayoría. Lo que Colombia clama es diálogo social, en vez de balas cobardes.
Estos consensos básicos se deberán dar en el plano político, económico y sobre todo en el plano social. En este último, se puede acelerar el paso, porque hay condiciones para hacerlo. Un diálogo abierto y constructivo será el mejor aporte que se pueda hacer al país. Para ganar en confianza hay que establecer puentes de conversación abiertos a la escucha y respeto.
La construcción de consensos es nuestra gran tarea hoy en sociedad. Las mediaciones técnicas, la buena información, la disposición abierta, honesta y tolerante, serán los grandes ingredientes para tener un mejor futuro para todos.
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