Las olas, cada vez más fuertes y de mayor amplitud, de denuncias de abuso en el país y el mundo evidencian que los problemas tenían muchas raíces y que por años estuvieron escondidas bajo una mirada cómplice de la sociedad y una falta de tomar en serio a las víctimas, que nos hundió sin que nos diéramos cuenta en una cloaca social. Las denuncias demuestran que, además de unos desórdenes personales, también hubo una especie de enfermedad social que no tuvo la sensibilidad ni el cuidado necesarios con los más frágiles, que en muchos casos terminaron en las garras de sus víctimas. Y lo peor es que aquella víctima que se atrevía a denunciar por lo general terminaba revictimizada, y los abusadores seguían campantes depredando todo lo que se les atravesaba.
Las múltiples situaciones de asimetría por poder, edad, rango, género, económica, social, etc, se prestan para generar unas ecologías donde los abusadores aprovechan para hacer de las suyas. Son múltiples los escenarios donde potencialmente se dan los contextos propicios para el abuso. Por ello, es capital que el tono social y organizacional sea muy sensible a la defensa de los débiles. Este es un proceso gradual de toma de conciencia que ha sido dinamizado gracias a los escándalos públicos sobre el tema.
Con la toma de conciencia, muchas instituciones hemos caminado hacia un mayor cuidado. Y hemos estructurado los protocolos de ambientes sanos y protegidos, o los protocolos contra la violencia y discriminación que buscan, fundamentalmente, asegurar esquemas de denuncia y de tratamiento de las mismas que permitan tomar las medidas de protección de las víctimas y las sanciones de los responsables.
Uno de los mensajes más importantes de estos documentos es el de “tolerancia cero”, que genera una confianza por parte de los más vulnerables, y por otro, una seria advertencia a los abusadores: “el que la hace, la paga”. Y para que ello sea una realidad es básico contar con tres condiciones: Empoderar a un grupo de personas especializadas que asuman el conocimiento de las denuncias. En segundo lugar, que haya una férrea voluntad política de las altas esferas de la organización que ofrezcan una total autonomía a los investigadores. Finalmente, una cultura de la denuncia responsable.
La sociedad actual debe asumir con mucha fuerza y persistencia la construcción de ambientes más sanos y protegidos para los débiles. Es un punto de profunda corresponsabilidad de todos y todas para generar unos ambientes propicios para las interrelaciones sociales. Para lograr esta corresponsabilidad es muy importante que se integren estrategias de prevención que deberán darle un nuevo tono moral a todos, dinamizando una sensibilización que cambie el chip del abuso y posicione el del cuidado y respeto.
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