“Apesta”, fue el calificativo para la corrupción en el país. Así se abrió el seminario internacional de responsabilidad pública y lucha anticorrupción que realizó la Universidad Javeriana con la presencia de personajes italianos de la lucha contra la corrupción. Fue muy significativo que los colombianos calificaran a la corrupción como algo que apesta por la descomposición que implica. Y que los invitados internacionales fueran insistentes en señalar que la corrupción sencillamente se roba la democracia. Estamos frente a un flagelo que está generando graves y profundos daños.
Y no se trata de colocar nuevas normas de transparencia y anticorrupción, pues ya las hay. Están previstas tanto en la legislación nacional, como en los acuerdos internacionales contra el soborno. Ya tenemos suficientes normas, multas y castigos para los corruptos. Lo que falta es que se hagan efectivas las sanciones y que les caigan de lleno a su patrimonio. Pero aún el problema no es solo reducir la impunidad en los casos de corrupción. Se requiere un cambio profundo de actitudes y en particular generar una nueva cultura de cuidado de lo público.
Los responsables de la corrupción no son solamente los funcionarios públicos que se dejan tentar o que seducen a los interesados a que los sobornen. Los privados tienen una grave responsabilidad. Por ello, se necesita un cambio de la cultura imperante en el país que es vulgarmente complaciente con los corruptos. No hay sanción social para los corruptos y ello ha permitido que día a día el espacio de la corrupción sea mayor. La sanción social es el mejor antídoto contra la corrupción.
Algunas de las ideas que han funcionado en otros países para luchar contra la corrupción: primera es la necesidad de juzgar a peces gordos y para ello es fundamental la delación y por ello la protección de los denunciantes. Segunda, es necesario ganar en las políticas de transparencia de la información que le da herramientas a la comunidad para hacerle seguimiento al tema en cada institución. Tercera, ser muy rigurosos con los conflictos de intereses y en general en el cumplimiento de los códigos de ética de las instituciones. Cuarta, la creación de una autoridad nacional anticorrupción, que como una entidad totalmente independiente, con recursos por fuera del presupuesto oficial y con un proceso de selección de su cabeza que evita que sea manipulado por grupos de interés particulares. Finalmente, lo más importante es que haya una comunidad apersonada y comprometida que genere una presión social importante.
En todo el orbe, ¡la corrupción se come el 5% del producto mundial! Es, pues, generadora de pobreza. Pero lo más grave es que también se roba la democracia gracias a la infiltración en los partidos políticos. Apesta, apesta mucho.
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