Termina el 2018 un año que lo podríamos llamar un año de transición. Es un año donde se cierran ciclos y se abren unos nuevos, en todas las dinámicas: social, político y económico. Pero fundamentalmente una transición donde se juega el futuro.
Inició un nuevo gobierno con el presidente Duque, con unos altibajos en estos primeros meses de ajuste de la gobernabilidad. También los procesos de crecimiento económico están recuperándose luego de una serie de años de crecimiento del PIB a la baja, el presente año esperamos poder cerrar un crecimiento económico al alza, todavía discreto, pero al alza. Igualmente, se consolida, con muchas fragilidades la paz en el país, hay que cumplir los acuerdos de paz, vamos lentos y muchos de los procesos de reinserción a la vida civil de los antiguos combatientes están muy frágiles, allí la sociedad como un todo debería asumir una mayor responsabilidad con la paz colaborando en los proyectos económicos y sociales de la reincorporación. Este año la ciudadanía ha estado muchísimo más participativa en el debate público: los 11 millones de personas que votaron por la consulta anticorrupción, que, aunque no haya sido aprobada por no haber llegado al umbral, sí es un significativo grito en voz alta de la sociedad: ¡No más corrupción! Y esta participación social se ha visto también en las marchas de estudiantes y profesores por el fortalecimiento de la financiación de las universidades oficiales.
Definitivamente, estamos pasando por un tiempo de transición y estos son los momentos más importantes de la historia de un país, pues es allí cuando no todo está decidido, no todo está claro, no todo está fijado; pero donde el futuro se juega de verdad.
Cuando se está en dinámicas de cambio, de transiciones, de cierres y apertura de ciclos, es vital el cómo, más que el qué. La “manera” como se hace y el “proceso” como se desenvuelve se vuelven claves. Allí el diálogo entre los actores, la inclusión de todos los actores, el examen multivariado y abierto, la perspectiva interdisciplinaria, y en general la mirada integral aseguran que los resultados sean viables y sostenibles.
Por ello, para el próximo año es fundamental que se consoliden ciertas herramientas para que se logre afianzar la transición en terreno firme. Quisiera resaltar tres.
Por un lado, la importancia de mantener procesos abiertos de Diálogo Social, donde con claridad, seriedad, profundidad, respeto de la diferencia, se logren acordar lo que podríamos llamar los grandes derroteros del país. Algunos denominan este ejercicio Acuerdos de Estado. Como país debemos consolidar una hoja de ruta donde todos nos sintamos reflejados. Si se quiere serán unos mínimos que todos los ciudadanos nos debemos comprometer a defender y a propender.
En segundo lugar, es vital fortalecer la articulación entre centro y periferia, no se trata que el presidente haga toma de contacto con las regiones con sus talleres, tenemos que ir muchísimo más allá: se trata de articular toda la institucionalidad para fortalecer finalmente la presencia del Estado en las regiones, los territorios. La debilidad del Estado en las regiones es muy grande y así no se logran dinamizar los procesos transformadores que se requieren. Para este fin, hay institucionalidad privada, gremial y de organizaciones no gubernamentales en algunas zonas que pueden ser el canal más expedito para dicha articulación. Evidentemente, esto exigirá una gran flexibilidad del tipo de alianzas a realizar.
Y, finalmente, mantener una perspectiva de Ecología Integral. Es decir, saber que todo está conectado con todo. Que las modificaciones que se implementen en un sector o región terminan afectando el todo. Ya el papa Francisco, en su encíclica Laudato Si, el cuidado de la casa común, bien lo expuso.
¡Un feliz 2019 a todos los lectores!
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