El polémico borrador de decreto que permite a la Policía decomisar y eventualmente destruir cualquier dosis de droga, aunque no exceda la dosis mínima, en la práctica y como está planteado entorpece y distrae una estrategia integral y efectiva de lucha contra el microtráfico.
Jóvenes que se oponen a la medida hacen varias afirmaciones: que los policías van a convertirse en los nuevos dealers, que es un argumento retrógrado, que genera violencia, que se presta para sobornar y para que haya más corrupción por parte de la fuerza pública. Quienes no han tenido más remedio que hablar con humor del tema, han dicho que los tombos ahora van a andar high por las calles, que van a tener que hacerse amigos de los policías, que la tomba verde va a ser la nueva creepy, que el decreto no resolvería nada, que el camino es la legalización.
Argumentos de algunos líderes de opinión que están en contra de la medida están de acuerdo con que la carga de la lucha contra el microtráfico no puede recaer en el consumo, con que la medida se presta para abusos de la fuerza pública, que se retrocede mientras el mundo se abre a la legalización, que se aumenta el consumo por la misma prohibición y se fomentan otras formas de circulación y venta.
Sin duda sería una medida poco eficaz que abre la puerta a abusos, a que la Policía se distraiga de las funciones que impactan a los ciudadanos y a la discriminación porque, ¿bajo qué criterios se harán las requisas? ¿Nos van a detener en la calle a todos los que tenemos pinta de marihuaneros? ¿O será que, como dice la politóloga Sandra Borda, se la van a montar a los jóvenes con menos recursos o a la gente que vive en la calle? Y ahora con la afirmación de la Policía de que el tatuaje se identifica con vagancia y drogadicción, ¿van a requisar a los miles de tatuados exitosos profesionalmente, dedicados y familiares? Leí un post en Facebook que decía, “señores policías, el tatuaje no quita lo decente, ni la corbata lo rata”.
Fumarse un porro de vez en cuando, tampoco quita lo decente, ni uno es un delincuente por hacerlo. ¿Cuántas veces entonces, por apariencia, la Policía va a detener en la calle al joven tatuado que no ha consumido nunca en su vida? ¿Van a llenar las estaciones de policía de cartas (como la que circuló en redes sociales Humberto de la Calle), de excusas médicas verdaderas o falsas, y de papás y mamás de jóvenes (entre los 18 a 24 años, que según las cifras son los que más consumen) que ni sabían que su hijo se fumaba un porro de vez en cuando? Una manera de combatir el problema tan ilusa como el deseo de la ministra Gloria María Borrero de sacar la droga de las calles.
La estrategia de lucha contra el microtráfico debería aplicar las normas existentes, desarticular las bandas que se encargan de la distribución, fortalecer la justicia, desmantelar las ollas, implementar campañas efectivas de prevención de consumo, fortalecer de manera permanente las redes de inteligencia en colegios, en universidades, en bares y discotecas y etc., entre otras medidas. Todas lejanas al decomiso de la dosis mínima o a que sea por vía de la represión policial que los jóvenes en materia de drogas se eduquen.
Mientras el negocio del microtráfico le genere (como dice El Tiempo que dicen los reportes de inteligencia) 10 billones de pesos al año a los carteles, ni vamos a vivir en un mundo perfecto, ni las ventas, ni el consumo van a disminuir, sino pregúntenle a Elon Musk.
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