El libro estaba ahí, en uno de los anaqueles de mi biblioteca, como esperando a que mis manos lo tomaran después de haber llegado, hace algunos meses, para hacerle compañía a otros que esperaban turno para ser leídos. Lo compré en la última Feria del Libro de Manizales. Después de llegar con él a la casa, lo puse en el sitio donde siempre pongo los libros de autores caldenses. Y solo esta semana lo tomé para leerlo. Lo hice porque estoy terminando de preparar un libro que va a publicar este año la Gobernación de Caldas con el título “Nombres en las letras de Caldas”, una recopilación de mis ensayos y artículos sobre escritores de la región. Nunca pensé que al abrir sus páginas me iba a encontrar con un libro que le devolvería a mi alma la fe en que la palabra no muere y resiste, enhiesta, los embates del tiempo.
Llegado a este párrafo el lector se podrá preguntar qué libro llenó de tanta emoción a quien estas líneas escribe. Pues bien: se los voy a decir. Es un libro de cien páginas editado en los talleres litográficos de la Universidad de Caldas. En sus páginas se recogen poemas escritos por un manizaleño que ha hecho de la poesía un altar donde rinde culto a la estética. Tiene, como pocas veces se ve en un libro, dos títulos: “Los amigos arden en las manos” e “Historias alrededor de un fogón”. “¿Quién es el autor?, se preguntarán quienes hayan llegado hasta aquí en la lectura de esta columna. Permítanme que antes de decirles su nombre les cuente que fue el ganador, en el año 2003, del Premio Nacional de Poesía “Descanse en paz la guerra”, convocado por la Casa de Poesía Silva.
¿Qué razón me lleva a expresar sorpresa ante este poemario donde se advierte una voz poética de timbre sonoro? En primer lugar, que es una poesía excelsa, rica en vocablos de contenido lírico, escrita con la emoción de un hombre que juega con la palabra, que al leerla deja en el alma la sensación de que el autor maneja el lenguaje con armonía literaria. En segundo lugar, que cuando leí “Palabras de la tribu”, un poemario del mismo autor, publicado en el 2001, no encontré tanta riqueza poética como la que hallé en este libro que enseña a un bardo de inspiración volcánica, que arrulla con sus poemas de hermosa factura el oído del lector. Les digo, entonces, su nombre: Juan Carlos Acevedo. Para mí fue una revelación este libro que a uno como lector de poesía le recuerda a esos autores que trabajan el lenguaje con donosura.
Juan Carlos Acevedo fue el ganador, en el año 2009, del VI Premio Nacional de Poesía Carlos Héctor Trejos, convocado por la Corporación Encuentro de la Palabra, con el libro “Historias alrededor de un fogón”. Este tiene un epígrafe de César Vallejo que coincide con lo que expreso en el primer párrafo de este artículo: “¿Y si después de tantas palabras no sobrevive la palabra?”. La coincidencia radica en que la palabra sobrevive, está ahí, y resiste los embates del tiempo. Todo porque queda su aura expresiva como reflejo del pensamiento de un escritor. En el caso de Juan Carlos Acevedo, bueno es decirlo, su poesía se enriquece por ese sonido de viento que tienen en sus versos las palabras, por la exquisitez de las metáforas y por esas figuras literarias de filigrana que adornan su expresión poética.
En este libro alternan poemas versolibristas con prosas cortas de alto contenido estético. La belleza aflora en versos de fino acabado que expresan la alegría del poeta frente a la vida. En el poema que le da el primer nombre al libro se encuentran fulguraciones literarias como esta: “Sin luz de luna ni brillo de estrella el aliento del fuego entibia la tierra negra”. Se refiere a la noche que cae de súbito sobre el patio cuando desde la ventana el poeta ve a una madre amamantar a un niño. En otro verso dice que un compañero de estudio por fin se hizo ingeniero mientras él, el poeta, continúa de viaje, descubriendo “colores nuevos bajo la piel del mar”. En el texto “A la hora de los pájaros” Juan Carlos Acevedo le canta al hijo en un lenguaje donde asoma la ternura: “Antes de la palabra, en ti se hizo la música”, le dice.
La obra poética de Juan Carlos Acevedo se nutre de vocablos que le dan contextura a esos poemas que surgen de momentos vividos por el poeta. Las reminiscencias, las aproximaciones al encanto de la palabra, las exaltaciones líricas y, sobre todo, las elucubraciones sobre el oficio del poeta muestran a un artista que pule cada verso con la paciencia de un orfebre. No otra cosa puede decirse de un aeda que trae a su obra ecos lejanos de Walth Whitman, que se estremece ante la imagen de un anciano que lee un periódico mientras degusta un café, que canta con fuerza de ola a las cosas sencillas de su mundo personal. Hay un poema, “Ars poética”, en el que se pregunta a dónde puede llevarlo la poesía. En algunos versos habla de los estremecimientos que sacuden su alma cuando se enfrenta a la palabra.
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