El 30 de mayo de 1967 Editorial Sudamericana, de Buenos Aires, terminó de imprimir los primeros ocho mil ejemplares de “Cien años de soledad”, la novela que catapultó a Gabriel García Márquez como el más grande fabulador de habla hispana. Pero solo el 5 de junio el libro fue puesto a la venta en las librerías argentinas. Lo que nunca se imaginó el escritor fue que setenta y cinco días después la gloria empezaría a cubrirlo. Según Tomás Eloy Martínez, el novelista sintió sus aleteos la noche del 20 de agosto cuando al entrar al teatro del Instituto di Tella, donde se estrenaba la obra “Las siameses”, de Griselda Gambaro, al reconocerlo el público estalló en aplausos. Solo en ese instante entendió que había escrito una obra que cautivaría a millones de lectores en todo el mundo.
La primera impresión de que había logrado un libro maravilloso la tuvo García Márquez la mañana de ese 20 de agosto cuando, al bajar a tomar el desayuno con Mercedes en una cafetería ubicada en la primera planta del Hotel Presidente, donde estaba hospedado, vio asombrado que una señora llevaba en la bolsa, con las cosas del mercado, un ejemplar de su novela. Salía de un supermercado que quedaba al frente. Al mirarla, el escritor observó que una carátula de un libro salía de la bolsa. Miró con detenimiento a la señora, y comprobó que era un ejemplar de su novela. Alcanzaba a ver el título sin la E invertida de la carátula improvisada por los diseñadores de la editorial porque la que había diseñado el pintor mexicano Vicente Rojo no llegó a tiempo.
Fue esa la noche en que el hijo del telegrafista de Aracataca se convenció de que había escrito una obra maravillosa. Ver a todos los asistentes al teatro parados, ovacionándolo, le hizo recordar todas las peripecias que tuvo que enfrentar Mercedes, su esposa, para que en la casa de la calle San AngelInn, en Ciudad de México, no faltara nada mientras él permanecía encerrado en la que llamaba La Cueva de Mafia, dándole vuelo a la imaginación para crear ese mundo espléndido de Macondo. En ese instante García Márquez debió haber pensado que con esa ovación las dudas de la hija del boticario de Sucre cuando le dijo en la oficina de correos “ahora solo falta que la novela no sirva” quedaban despejadas. Comprobó entonces que “Cien años de soledad” había cautivado al público argentino.
¿Por qué esas personas que llenaban el teatro del Instituto Di Tella reconocieron entre los asistentes a García Márquez si era un ilustre desconocido? La explicación es sencilla. Hacía apenas dos meses la revista Primera Plana, que tenía para entonces una circulación de sesenta mil ejemplares semanales, había destacado en su portada la figura del escritor colombiano, indicando que “Cien años de soledad” era la gran novela de América. La publicación había enviado a Ciudad de México a Ernesto Schóo, su Jefe de Redacción, para que entrevistara al genio que había escrito la monumental novela que en tres semanas había vendido los ocho mil ejemplares de la primera edición. Primera Plana le dedicó siete páginas en la edición que empezó a circular el 20 de junio.
Fue en esa edición de Primera Plana donde apareció publicado el primer comentario de fondo exaltando las calidades narrativas de “Cien años de Soledad”. La escribió Tomás Eloy Martínez, el autor argentino que recibió a García Márquez, acompañado de Francisco Porrúa, en el Aeropuerto de Ezeiza, el día que llegó a Argentina para servir de jurado en un concurso de cuento. Allí el autor de “Santa Evita” consignó frases laudatorias que dispararon aún más las ventas del libro. Vendría después el análisis de Mario Vargas Llosa donde se atrevió a decir que un novelista colombiano había escrito la obra más esplendorosa de la literatura latinoamericana, trabajada “con una técnica de hechicería infalible y una imaginación luciferina”.
El 30 de mayo se cumplieron cincuenta años de la publicación de la novela que llevó el nombre de Colombia a las más insospechadas alturas. En esos días en que la gloria empezó a cubrir el nombre de Gabriel García Márquez quedó sepultado el temor de un hombre que no desfalleció en su intento de escribir una obra maestra ni siquiera cuando Guillermo de la Torre, después de leer “La hojarasca”, le recomendó que mejor se dedicara a otra cosa. Traducciones a cuarenta idiomas, más de cincuenta millones de ejemplares vendidos y cerca de mil libros escritos sobre el autor, dejan en claro por qué “Cien años de soledad” se convirtió en la segunda novela más grande escrita en lengua castellana después de “El ingenioso hidalgo don Quijote dela Mancha”, de Miguel de Cervantes Saavedra.
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