El clientelismo, que no es asunto nuevo, porque la expresión data de tiempos del Imperio Romano, se agudiza en la medida que los pueblos se vuelven indolentes, atenidos al Estado, socialmente perezosos y se dejan castrar ideológicamente en los baratillos electoreros. Es decir, cambian sus aspiraciones personales y sociales de ser bien gobernados, con ética y eficiencia, por el bíblico “plato de lentejas”, que en la actualidad es un paseo en bus escalera desde el campo y la vereda hasta el municipio más cercano; un almuerzo de tamal o lechona; y una media de aguardiente para violar la ley seca. O una plata discretamente entregada a la salida del lugar de votación.
Las mafias y los grupos armados, amangualadas con los candidatos, crearon otra modalidad para conseguirles votos, que consiste en advertirles a los habitantes de una comunidad determinada que si de ahí no sale un número mínimo de votos, hacen una matanza indiscriminada o le prenden candela al caserío. Y existen en los barrios de pueblos y ciudades “empresarios” que son “dueños” de una determinada cantidad de votos “amarrados”, que negocian con los grupos políticos o los candidatos y los entregan al mejor postor. “¿Cuánto valen esos 200 votos que usted tiene?”, pregunta el aspirante, o su representante o gerente de campaña. “Ay…, doctor, haberme dicho ayer; ya los comprometí.” Y esa es la democracia de la que los países se sienten orgullosos.
Como el mundo gira alrededor de la plata, que para la mayoría de la gente es insuficiente la que entra y demasiada la que sale; y los impuestos aterrorizan, el mejor argumento de campaña de un candidato a presidente, gobernador o alcalde es prometer que va a aumentar los salarios y a rebajar los impuestos. Y que les va a escarbar los bolsillos a los empresarios para mejorar los ingresos de los trabajadores; mientras que a puerta cerrada les dicen a los dueños del capital que los va a exonerar de contribuciones para que se comprometan a generar empleo. Todos dicen que sí, mientras hacen pistola con los dedos de los pies; y entregan el aporte a la campaña, previo el compromiso de que se les otorgue tal o cual contrato. En una especie de “tin-marín-de-dos-pingüe”, el empresario estudia a los candidatos que tienen más opción de ganar, les hace el mismo aporte y los amarra con el mismo compromiso.
Para corroborar lo anterior, previo a las elecciones presidenciales de 2018 ya se han oído ofertas de una rebaja general del impuesto predial; un aumento generalizado de los salarios, cinco puntos por encima de la inflación; y una total exoneración de impuestos a la inversión extranjera. “Y un espíritu burlón se reía y se reía.”
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