Es inevitable por estas calendas referirse a la campaña presidencial, porque este tema es de interés general, así algunos escépticos (irresponsables, puede decirse) digan que no les importa y que “todos esos (…) son iguales”, refiriéndose a los políticos, cuando la realidad es que estos son “un mal necesario” y que “los malos gobiernos los eligen los que no votan”. La política es una disciplina compleja, poco exigente (en términos morales y académicos) y generosa para acoger a cualquiera que tenga vocación de servicio a la comunidad, que es la disculpa con la que se presentan los aspirantes ante los potenciales electores, en un sistema democrático, cuyos resultados a veces merecen invocar la frase del maestro Valencia: “Bendita democracia, aunque así nos mates”.
Ha hecho carrera un discurso recurrente entre los políticos en campaña, que consiste en desacreditar a los contendores de turno, aludiendo a sus gestiones administrativas, parlamentarias o judiciales anteriores, sin proponer nada concreto para solucionar los problemas vigentes de la comunidad a la que pretenden dirigir o representar. Esa modalidad tiene más de espejo retrovisor que de vidrio panorámico, que sería lo lógico y pertinente; y tiene que ver con la falta de preparación de los candidatos o con la necesidad de maquillar sus campañas, acogiéndose a un estilo frívolo que han impuesto la publicidad y los medios de comunicación, estos últimos con más imágenes que contenidos.
Una estrategia perversa, que por desgracia ha hecho carrera, es dedicarse los aspirantes a cargos de elección popular o “las viudas del poder” (los que lo ejercieron y fracasaron) a sabotear la gestión de los elegidos que les ganaron en las urnas, desde las curules parlamentarias o por las vías de hecho, como paros cívicos, consultas populares amañadas, escaladas de argucias jurídicas (mal uso de la tutela, por ejemplo), pedreas contra medios de transporte y utilización criminal de las redes de comunicación, que es la moda.
Al frente de las campañas presidenciales de quienes aspiran a reemplazar al presidente Santos (un señor a carta cabal, que no ha gobernado para la “galería”, sino para la historia) hay una baraja de ciudadanos de méritos diversos (salvo excepción que hay que vigilar), que mejor harían en lo que resta de campaña en hacer la pedagogía de sus propuestas para mantener la ruta del progreso de Colombia, superar la aberrante desigualdad social, elevar las condiciones de vida de las comunidades alejadas del poder central, destruir el crimen organizado y fumigar la maleza de la corrupción incrustada en la administración pública y financiada por el “cartel de la contratación”. Es decir, poner la vista al frente y hacer a un lado lo que pudo ser y no fue, como registro histórico, no más.
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