La sociedad ha caído en la cuenta del daño enorme que se le ha hecho al medio ambiente, lo que repercute en cambios severos en el comportamiento de los ciclos climáticos, el aumento progresivo del calentamiento global, el deshielo de los polos, la desaparición de los nevados, la extinción de especies animales y vegetales, la erosión y el comportamiento agresivo de océanos, ríos y quebradas, mientras los lagos se extinguen.
Por diferentes medios se clama porque se detenga la deforestación, se reforesten las cuencas hidrográficas, se incrementen los espacios verdes en ciudades y poblaciones y se protejan las especies animales que hacen posible el equilibrio de la Naturaleza. En escuelas y colegios se les inculcan a niños y jóvenes principios que apunten a la protección de animales, árboles y fuentes de agua. Se organizan campañas patrocinadas por empresas públicas y oficiales para reducir el uso de elementos contaminantes, se fomenta el reciclaje y se clama porque no se boten basuras indiscriminadamente.
A las empresas industriales se les imponen controles para evitar que arrojen deshechos al espacio y a las corrientes de agua. Y las obras civiles, las explotaciones mineras y la exploración de hidrocarburos deben contar con licencias ambientales y con el beneplácito de las comunidades afectadas, ambos de dudosa credibilidad. Estas previsiones son tan ineficientes como los foros en los que participan representantes de los países industrializados, culpables de las emisiones contaminantes, que no pasan de adquirir compromisos que sistemáticamente no se cumplen.
El presidente Trump, en un gesto de honradez que se le abona, dijo que él no firmaba esa vaina, porque afectaba la producción de su país, los Estados Unidos, y la generación de empleo para sus compatriotas. Y otros escépticos, fríos manipuladores de resultados financieros, desde la cumbre de sus privilegios y de espaldas a los intereses de la humanidad, no lo dicen para evitar reacciones que afecten sus imágenes personales y corporativas, pero piensan que, ante los beneficios económicos de la producción industrial y la utilización de combustibles fósiles, qué importan unos pájaros y unos árboles más o menos.
Como “poderoso caballero es don dinero”, los ambientalistas pueden seguir con sus campañas y oponiéndose a proyectos de infraestructura que lesionen bosques y fuentes de agua; los niños pintando preciosos dibujos y haciendo siembras simbólicas de árboles; los indígenas invocando a sus ancestros para que la tierra no sea violada con explotaciones minero-energéticas y las comunidades clamando para que no les envenenen el agua, que al “capitalismo salvaje” no lo ataja nada.
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