Unos versos populares dicen: “Si a un rico lo ves comiendo, de un pobre en su compañía, el rico le debe al pobre o es del pobre la comida.”
Una costumbre de los países en desarrollo es estirar la mano pidiéndoles ayuda económica a los ricos, en vez de explorar y explotar sus propios recursos y acomodar sus necesidades a ellos, aprovechando al máximo la tierra y su producción agrícola y minera, y las posibilidades que ofrezcan el ingenio y la creatividad de sus ciudadanos, apoyados por una eficiente educación. Hasta ahora, la constante ha sido vender materias primas baratas, para que las multinacionales manufactureras las transformen, reenviándolas preciosamente empacadas… y carísimas. Y ha sido precario el estímulo a la formación de técnicos y científicos; y cuando éstos surgen, imponiéndose a la indolencia del sistema, la mayoría tiene que emigrar a aplicar sus conocimiento en otra parte. Y lo poco que se invierte en ellos se pierde. Es lo que en el argot de la ganadería se llama “atajar para que otro enlace.” Ese fenómeno (el de exportar materias primas e importar manufacturas) se dio por décadas con el café, hasta hace muy poco, cuando se les perdió el miedo a los industriales suizos y similares. Nunca es tarde, dígase como consuelo, por todo lo que se dejó de ganar.
Si se le pone malicia al comercio exterior, hay que reconocer que los ricos no dan puntada sin dedal; y que los grandes capitales no están para ayudarles a los países en desarrollo, sino para dar utilidades. De ellos, entonces, hay que tomar conocimientos, tecnología y maquinaria, mientras que se asimilan y construyen los propios. Pero engolosinarse con transferencias de capital en efectivo es ingenuidad. Esos capitales golondrinas, como los marineros, “besan y se van, dejan una promesa y no vuelven nunca más.”
En el mundo hay potentados, especialmente petroleros, que disponen de excedentes en dólares que les da lo mismo invertir en tráfico de armas o alucinógenos; prostitución, juegos de azar o equipos deportivos, sin que de sus negocios quede nada beneficioso para la humanidad. La noticia, entonces, de que en Arabia Saudita y en los Emiratos Árabes hay “inversionistas” interesados en traer dólares para Colombia, hay que recibirla con recelo. Es mejor que los altos funcionarios del Estado cumplan los acuerdos para consolidar la paz, pongan a producir las tierras recuperadas del conflicto, rescaten a las comunidades abandonadas e inviertan la plata del erario en tecnología, educación y “resiembra” de campesinos erradicados, en vez de atraer capitales de dudosas intenciones.
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