“¿Eso qué es?”, preguntan muchos cuando se habla de “centrismo” en política. Sancho Panza, “El filósofo de la sensatez”, según el autor español H.R. Romero Flores, aconsejaba a su amo para que no cometiera locuras que pretendían ser actos de heroísmo: “Entre la temeridad y la cobardía está el valor”. La temeridad es irreflexiva y la cobardía es paralizante. El valor, en cambio, mide las acciones y calcula sus riesgos. Eso es centrismo.
El inmolado doctor Héctor Abad Gómez, según su hijo Héctor Abad Faciolince, en su libro “El olvido que seremos”, afirmaba que era “liberal en política, porque no soportaba la falta de libertad y tampoco las dictaduras, ni siquiera la del proletariado, pues los pobres en el poder, al dejar de ser pobres, no eran menos déspotas y despiadados que los ricos en el poder.” Un amigo suyo, Alberto Echavarría, en tono de guasa, concluía: “Si, (es) un híbrido entre caballo y vaca, que ni trota ni da leche”. El liberalismo es el equilibrio entre dos despotismos: “El capitalismo salvaje” y el comunismo. Éste proclama que el pueblo es el dueño absoluto de todos los bienes del Estado, cuando en realidad es una élite burocrática la que disfruta de su explotación, mientras que el pueblo raso apenas recibe las migajas que los poderosos dejan caer.
El liberalismo es el equilibrio entre esos dos extremos y propende por una justa distribución de la riqueza (Producto Interno Bruto), a través de la fórmula keynesiana de la “producción y el pleno empleo”, para conformar un círculo que garantiza un justo equilibrio social: La producción genera empleo; éste aumenta el consumo; y éste, a su vez, estimula la producción, para reiniciar el ciclo. El resultado es una clase media fortalecida, como amortiguador entre ricos y pobres. El monetarismo que se impuso a partir de mediados del siglo XX fomenta el ahorro, para que el sector financiero especule con sus recursos, apropiándose del sistema productivo, estimulando el consumismo y esclavizando a los asalariados a través del crédito. Y el cáncer de la economía subterránea (narcotráfico, contrabando y contratación corruptora) pervirtió un bien muy valioso: la superación económica y social de las personas por el trabajo honrado.
El liberalismo no es, entonces, una fracción política electorera, liderada por aspirantes a cargos públicos a través de influencias perversas y de la corrupción de electores, sino una ideología política que se basa en la preparación académica y en la experiencia laboral continuada, para servir a la sociedad. Este perfil lo tiene Humberto de la Calle Lombana, un estadista liberal de probada solvencia intelectual y moral, por quien votaré en las elecciones presidenciales del 27 de mayo. Y que los dioses iluminen a los colombianos, porque “el palo no está para cucharas”.
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