A cierta edad, cuando “regresan al alar las golondrinas” y las flores duermen, es decir, cuando se coge la curva descendente del ocaso de la vida, es mejor mirar y callar, para no confrontar generaciones. La época de los consejos de ancianos terminó hace mucho tiempo. “La experiencia nadie la coge”, dicen los voceros del relevo generacional. Sin embargo, el intento de reformar el estilo de administración, que hizo exitosos a los pioneros de las grandes empresas, humanamente, fracasó. Descendientes suyos, educados en universidades extranjeras y fluidos conversadores en idiomas distintos a la lengua materna, quebraron negocios que se habían construido peso sobre peso, con la fórmula sencilla de gastar menos de lo que se gana e invertir en los trabajadores, para comprometer su permanencia y fidelidad, lo que se llama “sentido de pertenencia”. Ese estilo de administración se llamó “paternalismo”, que algunos sucesores de los patricios desprecian. “Qué bobada la de mi papá -dice uno-, tanto mimo con esa gente -los trabajadores-. Págueles lo que ordena la ley, y a tiempo, y listo”, dicen con un mohín de fastidio. El señor, el de la “bobada”, saluda a sus empleados por el nombre, pregunta por sus familias, les ayuda para el estudio de los hijos y para comprar casita y en Navidad les hace fiesta, reparte regalos y se toma tal cual aguardiente con ellos. La empresa que dirige, patrimonio familiar, comenzó en los bajos de una casa de pueblo y se convirtió en un grupo empresarial inmenso. Y el “bobo” que lideró todo eso, cercano ya a los 90 años, llega todos los días a la oficina a las 7 de la mañana, saluda desde el vigilante a todos por el nombre, aunque ya, nominalmente, no es el presidente del grupo empresarial. Pero el ejemplo cunde. Un joven y exitoso empresario, que no es heredero de papi, dice: “La empresa es la gente; lo demás son ladrillos y escritorios.” Menos Harvard y más sentido práctico, parece ser la fórmula.
Hace muchos años leí un libro de un periodista antioqueño, cuyo nombre olvidé y el libro sabe Dios qué se hizo, titulado “Los pioneros del comercio en Colombia”, en el que relata el comunicador cómo se hicieron las grandes empresas antioqueñas, algunas transformadas en multinacionales y otras que hacen parte del poderoso Grupo Antioqueño. En esos pioneros, que “partieron de la nada”, como dicen los paisas, prevalecía el bienestar de los trabajadores y para éstos la empresa era “su mamá” y el empresario como un padre.
“Costumbres tan distintas y edades diferentes”, como dijo el poeta, han llevado al poder público y privado a personas con intensa formación académica, pero apegadas a un estilo arrogante. Cumplen con la ley laboral para no ser sancionadas y saben de la gente, “del oscuro e inepto vulgo”, por las estadísticas, por el DANE, no más. Pero “untarse de pueblo”, ¡qué fastidio!
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