Muestras de indolencia ante la sociedad son las manifestaciones de personas a quienes no les interesa sino lo que favorezca sus personales intereses, de espaldas al bienestar general. Y ahí juega un papel muy importante la política, entendida como el arte de gobernar, lo que, por supuesto, tiene que ver con toda la comunidad. Respecto a leyes y actuaciones de los gobernantes, algunos dicen: “A mí no me interesa sino lo que me afecte”, sin pensar en que los problemas sociales, como las pestes, son contagiosos. El expresidente Betancur (1982-1986) (modelo de expresidente), alguna vez que acudió en ayuda del gobierno panameño por cualquier emergencia que tenía, cuando le increparon por ayudar a causas ajenas, contestó: “Si usted ve que al vecino se le está quemando la casa, ayude a apagar el incendio, antes de que se pase para la suya”.
La política colombiana ha sufrido transformaciones que curiosamente no han perturbado en forma catastrófica el desarrollo social, cultural y económico del país, a pesar de la torpeza e ineficiencia de los cuerpos legislativos (congreso, asambleas y concejos); a la interferencia de las mafias del narcotráfico, el contrabando y la minería ilegal en la selección de senadores, representantes, gobernadores, alcaldes, diputados y concejales; a las fuerzas armadas irregulares, que tuvieron inspiración política y terminaron como bandas criminales; y a la “cultura” del enriquecimiento rápido. Los presidentes de la república, los ministros y altos funcionarios de entidades públicas descentralizadas, salvo excepciones, que por notorias producen más ruido y alimentan la tendencia del público a generalizar, han sido personas calificadas y bien intencionadas, a pesar de que en su selección intervienen casi siempre intereses políticos, que los gobernantes tienen que tolerar, para que sus programas tengan éxito legislativo. Falta por hacer una revisión profunda del sistema de justicia, también permeado por la política y con un sistema penal acusatorio que delincuentes y defensores aprendieron a “bailarse”, para salir triunfantes, con el producto de las fechorías en los bolsillos y sin castigo.
Mejorar lo presente está en manos de los electores, porque Colombia es una democracia representativa. Es decir, que se necesita cultura política para que no se elijan indefinidamente administradores y legisladores ineficientes e inescrupulosos, para después quejarse y sufrir las consecuencias de las malas decisiones. Una participación masiva en los comicios de 2018 de jóvenes, con candidatos frescos e incontaminados, sería la salvación definitiva de la paz y del futuro, que pertenece a quienes más queremos. Sobre una paz que es evidente se puede construir un mejor país, cuando se “desarmen” los odios, que son más letales que las balas.
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