En los tiempos que corren, cuando “el arte de gobernar a los pueblos”, como fue definida la política, discurre por peladeros ideológicos, quedan rezagados y sin aplicación los principios nobles que inspiraron la conducción de masas y el ejercicio de dirigir el Estado; legislar para darles forma institucional y normativa a las sociedades; y juzgar con severidad y equilibrio moral a los trasgresores de la ley y del orden establecidos.
Cualquier mandatario, desde los municipales, dirigente político o magistrado en ejercicio preguntará ahora: ¿Y toda esa carreta qué quiere decir? Porque el monetarismo, la sociedad de consumo y las organizaciones mafiosas, idólatras del vellocino de oro, les han dado una vuelta-canela a las costumbres, para que gobernantes, legisladores y jueces actúen en función del dinero, “principio y fin de todas las cosas”, y los funcionarios probos, que pueden decir como Sancho, cuando salió de la gobernación de Barataria: “Pobre llegué y pobre salgo”, son bobos, pendejos, tarados…, que no supieron aprovechar la oportunidad.
Uno de los senadores colombianos más influyentes, cascarrabias y frentero, le decía a alguien que acudió a él en busca de ayuda, porque ya hacía seis meses que había dejado el último cargo y estaba económicamente muy mal: “¿Y usted, después de que yo lo hice elegir alcalde de tal municipio, salió pobre? Está jodido”. Ese parlamentario, que así pensaba y obraba, hacía parte del “olimpo liberal”, para que personajes como Abraham Lincoln y Alberto Lleras Camargo se revolcaran en la tumba.
Ser liberal no es estar matriculado en el Partido Liberal y votar por sus candidatos. Es mucho más. Es actuar en todas las actividades de la vida con talante generoso. Es respetar las ideas ajenas y defender las propias con argumentos serios, ideológicamente consistentes. Es defender el equilibrio social y económico, para garantizar la paz, inspirado en principios como el de don Benito Juárez: “La paz es el respeto del derecho ajeno.” Es tolerar las diferencias humanas, especialmente las características y conductas propias del origen de las personas, su cultura, naturaleza y entorno social. Y es, en fin, actuar frente a los demás, especialmente cuando se tiene poder, con liberalidad y justicia.
Así las cosas, puesta en contexto la conducta de los políticos colombianos que desde hace mucho tiempo militan en el Partido Liberal, puede concluirse que éste es una caricatura del liberalismo clásico y que sus dirigentes son bufones oportunistas, idénticos a los de los otros partidos y movimientos políticos, que aletean alrededor del presupuesto nacional, rodeados de privilegios exóticos, que les dan un estatus cantinflesco de superioridad. “Los otros sí, pero yo no”, gritarán en coro los aludidos.
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