No parece que el refrán de marras surta efecto en comunidades anestesiadas por el clientelismo político, el consumismo alienante y el facilismo cultural. Vamos por partes. La manguala entre cabecillas políticos, disfrazada con el nombre de “coalición”, que fue un subproducto perverso del Frente Nacional, sedó a las comunidades para que se perdieran valores como el civismo, con el que se hicieron tantas obras de progreso, organizando mingas o convites, vendiendo empanadas y otros comestibles elaborados por señoras de la “jai”, promoviendo reinados galantes y pegando gallardetes en las solapas.
Una de las gestiones de los políticos emergentes fue la promoción de barrios de invasión, sin más criterio que ganar votos. Los resultados de esos asentamientos subnormales, sin planeación, sin mínimos servicios esenciales y ajenos a técnicas de construcción segura, se han visto después y las tragedias que han generado no se han llorado lo suficiente, mientras que los algunos de los promotores ya están pensionados, son nuevos ricos, juegan golf para bajar el colesterol y reclaman un lugar en la historia, como beneficiarios de los destechados.
Una nueva mentalidad empresarial, derivada del “capitalismo salvaje”, para la formación de ejecutivos eficientes, creó el mercadeo como ciencia, para esclavizar a los consumidores con disimulos como las marcas, los empaques, las promociones y el crédito y así llevarlos a la esclavitud económica y a la ruina final, “como va al matadero la res sin que nadie le diga un adiós”, como dice el tango.
Los sistemas económicos, dominados por el mercado, el consumismo y el poder financiero, de tarde en tarde colapsan y la gente endeudada pierde sus bienes, mientras que las organizaciones empresariales tienen recursos para soportar el chaparrón; y, además, los gobiernos suelen protegerlos, para que se cumpla la premisa según la cual “las utilidades se capitalizan y las pérdidas se socializan.”
Y el estilo educativo de investigar más que saber; y aparentar conocimientos superfluos más que estar capacitado, ha llenado las vacantes laborales de ineptos, que tienen que acogerse a sistemas manipulados desde centros de tecnológicos de informática, que no dejan espacios a la creatividad; y casi que la prohíben, para obedecer a una uniformidad de procesos que robotiza, tanto que las adversidades que se presentan sorpresivamente se vuelven catastróficas, porque no hay quien reaccione de forma creativa; y tampoco a quien consultarle, porque en una emergencia el primero que “se cae” es el sistema.
Todo lo dicho pasa y vuelve a pasar, porque no hay tal que “los tropezones enderecen las uñas”. Lo que sí es cierto es que “la experiencia, como la mierda, nadie la coge”.
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