Cambiar por cambiar, por lucirse el novato o por justificar el puesto el burócrata, especialmente el oficial, es una forma de llevar las administraciones “un pasito para adelante y otro para atrás”, en una contradanza paralizante. La ineptitud de un funcionario se manifiesta cuando comienza por criticar a los antecesores y anuncia que va a cambiar lo hecho por ellos. Los candidatos a cualquier cargo oficial, a falta de argumentos y razones, suelen presentarse como los protagonistas del cambio. Citar ejemplos es caer en lo mismo. Lo práctico y eficiente es proponer que a futuro se evite esa práctica recurrente, para que la comunidad avance, para lo cual debe modificarse o eliminarse lo que está mal y mantenerse lo que funciona bien, incluidos los funcionarios responsables, para corregir otra práctica perversa, que es barrer con las plantas de personal para ingresar a los amigos del elegido y hacer borrón y cuenta nueva, con el argumento de que “cada torero trae su cuadrilla”. Esa es una costumbre que impide que los procesos, en una organización diversa, mantengan un ritmo, siempre con la idea de avanzar hacia espacios cada vez más promisorios, sin revanchismos. Pero en una democracia representativa cumplir esos objetivos es difícil, en la medida que los electores son veleidosos, susceptibles al halago inmediatista; y los líderes carecen de escrúpulos, con los ojos puestos en un solo objetivo: el poder, y los beneficios que de él se derivan, para lo cual necesitan armar equipos de incondicionales que marchen a ciegas, al son que les toque el jefe.
Aunque insistir en estos temas es como imitar la “voz que clama en el desierto”, habrá que hacer como la gota que golpea la piedra, para, por lo menos, tranquilizar la conciencia. Se sabe que cada elección “democrática” es una nueva frustración para la gente de bien y un triunfo para los caudillos populistas, que con los resultados obtenidos, especialmente cuando son copiosos, reclaman una especie de inmunidad para sus fechorías, en el momento de enfrentar a la justicia, pese a ser cogidos con las manos en la masa. “Bendita democracia, aunque así nos mates.”
De cara a las próximas elecciones, la consigna de algunos empresarios politiqueros es: “Vamos por la gobernación”, cuando los gobernantes han realizado administraciones exitosas, para rescatar a las entidades industriales y comerciales del Estado de la quiebra y equilibrar las finanzas públicas, a base de probidad, buen manejo y austeridad. “Ahí está el billete”, dicen los dirigentes en plan de reconquista (como Atila redivivo), porque para fortalecer sus movimientos necesitan burocracia y contratos, no importa que al final de su gestión las administraciones estén de nuevo quebradas, pero en cambio las arcas de sus directorios políticos solventes, muy solventes.
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