“Todo extremo es vicioso”, es decir, “(…) que tiene, padece o causa vicio, error o defecto”, según El Diccionario. Y el extremista, especialmente en política, no es bien visto, porque “(…) tiende a adoptar ideas extremas o exageradas” (Ibidem). Los moderados, con sus ideas y procedimientos buscan el equilibrio de la sociedad, para que diferencias personales, económicas, religiosas, sociales, políticas y demás no produzcan conflictos, que las más de las veces se pretenden resolver con las armas. Aspirar a la igualdad social absoluta es imposible. Pero con diplomacia, filantropía y justicia se puede alcanzar la convivencia.
Esta hermosa utopía, con la que han soñado por siglos los filósofos liberales, desde Sócrates, por lo visto no pasará de ser un sueño. Lo de Sócrates liberal no tiene nada que ver con el “glorioso partido” del general Uribe, López, Gaitán y demás, con cuyos nombres nos volvieron sectarios a los muchachos de otras épocas; y menos con los despojos de su ideología, que naufragaron en las aguas pestilentes del clientelismo, para terminar sus líderes mendigándole puestos al poder y serruchando contratos mezquinos.
Un ejercicio histórico colombiano permite confirmar que empresas que impulsaron la economía del país, en la época de la hegemonía conservadora (1885-1930), fueron creadas por iniciativa de empresarios liberales, que unieron capitales para fundar industrias como cervecerías, bancos, textileras, transportadoras aéreas, exportadoras de café y algodón y otras, que cambiaran la mentalidad pastoril y burocrática del país, para desarrollar un país destrozado por la patria boba y por las guerras civiles, mientras los godos recitaban trozos de los clásicos latinos, en latín, por supuesto; hacían odas y sonetos de impecable factura (“sacrificar un mundo por pulir un verso”, decía uno de ellos) y rezaban el rosario antes de orinar para acostarse.
Quienes actualmente ejercen el poder político, económico y religioso se arropan con mantos de altruismo, tolerancia y generosidad, para disimular su verdadera vocación de tiranos y demagogos. Esos adalides son encarnaciones de los “sepulcros blanqueados” mencionados en La Biblia. Y los mismos que predican pero no aplican la importancia de fortalecer la clase media, entre la aristocracia perfumada, que, como los muebles viejos, todos admiran pero nadie sabe para qué sirven; y la pobreza absoluta, cuya desaparición, esa sí absoluta, debe ser un propósito único de los dirigentes de todos los matices políticos; y de los pastores religiosos, que se adormilaron al lado del poder, dejando el mensaje cristiano apenas para la homilía semanal. Entre la opulencia y la miseria se ubica el bienestar general, que es el término medio. Un personaje de Goethe lo veía así: “Estoy muy viejo para soñar, pero todavía joven para tener deseos”.
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