… y hay gente muy aliviada”, solía decir el filósofo de Manzanares, sin ínfulas académicas, con agudeza conceptual, certera y aliñada con humor fino. Se llamaba Ruperto Ospina Casas, ejercía en Cali como contador de un empresario de alquiler de maquinaria de obras públicas, un gordo bonachón de sonoros apellidos vallecaucanos, bebedor y mujeriego, que vivía en constante peligro de quiebra, lo que no le importaba mayor cosa, porque mientras él tomaba whisky encerrado en su oficina con una o varias amigas, Ruperto saltaba matojos canjeando cheques posfechados y cobrando cartera, para tapar huecos bancarios, pagar nómina y cumplirles a los proveedores. Y le quedaba tiempo para ayudarles a conseguir trabajo a los paisanos que llegaban varados a Cali; y para tertuliar con los amigos al calor de unos aguardientes, que era la oportunidad para darle mayor expansión a su ingenio.
Las peleas con Alicia, su mujer, las resolvía con sentencias entre cínicas e ingeniosas, como cuando la señora, con lógica femenina, decía:
- Porque sí… y punto.
- Pero por qué sí; deme una razón.
- Porque las mujeres tenemos un sexto sentido.
- No diga pendejadas, mija -concluía Ruperto-, que para tener un sexto sentido se necesita tener los otros cinco.
Alicia no sabía si reírse o matarlo.
Lo de que “la inteligencia es una enfermedad y hay gente muy aliviada” puede aplicarse a las aspiraciones presidenciales para 2018 de una larga lista de políticos colombianos (hasta ahora van 12), que no saben medir sus posibilidades y piensan con el deseo, alentados por incondicionales amigos suyos que les endulzan el oído haciéndoles creer que “todo el mundo” dice que “usted es el hombre”. Con esa ilusión, el precandidato organiza la campaña, abre oficinas, nombra gerente y jefe de debate, contrata publicidad, organiza giras y vende propiedades y se endeuda hasta el cuello, unos con bancos, familiares y amigos; y otros con usureros, mafiosos y contratistas.
En ese enrarecido ambiente de barajar precandidaturas, unos sueñan con imposibles, otros calculan posibilidades con cabeza fría y análisis juicioso y unos más urden patrañas y hacen alianzas perversas, a la sombra y soterradamente, recopilando votos en el mercado del “quién da más”, o baratillos electorales. Así, mientras los ilusos se desgastan y los indecisos resuelven, los malosos se preparan para dar el zarpazo en el momento oportuno y definitivo. Ojo con eso, cándidos precandidatos, y pónganse la mano en el “considere”, para que por su ingenuidad no termine el país “petrificado”.
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