Recientes acontecimientos nacionales, que involucran al gobierno, al parlamento, a las altas cortes y al pueblo, quien supuestamente tiene la última palabra, ratifican que Colombia es un país de abogados, poetas y “especialistas” en asuntos generales, lo que enreda, dilata y perturba los procesos, que rara vez terminan iguales a como se propusieron y aprobaron en principio. De los debates surgen los más exóticos argumentos, son aprovechados para darse vitrina funcionarios y congresistas en plan de protagonismo y terminan en colchas de retazos que no tienen aplicación práctica.
El caso ha sido magistralmente retratado por el abogado, escritor y catedrático Ernesto Quintero Valencia, en un artículo titulado El derecho de los animales, publicado en la revista Papel de Oficio (Edición No. 23), en el que narra un caso personal suyo, relacionado con su mascota, que parece una caricatura de lo que sucede con frecuencia en el Congreso Nacional y en los tribunales de justicia. Dice así: “Pero… si los animales tienen derechos, ¿no deberían también tener responsabilidades? Tanto civiles como penales. Hace años, un vecino me demandó porque los ladridos de mi perro incomodaban su siesta. La pobre señorita inspectora tuvo que soportar numerosos memoriales de mi vecino que era abogado y míos -que también hacía de tal-. Yo alegué que no tenía por qué ser notificado yo, puesto que yo no ladraba. Y pedí que se amonestara directamente a “Travieso”, preferiblemente en presencia de sus padres -pues se trataba de un menor- tal como lo mandaban las disposiciones de Policía. Ahora bien; como “Travieso” era un bassethound de procedencia alemana, la diligencia debía contar con la citación del cónsul correspondiente y ojalá de un intérprete competente de la lengua perruna… En fin, “Travieso” fue absuelto pues estaba obrando “dentro de su derecho” (…) y allí terminó todo. Lo que puso a ladrar a mi colega antagonista.”
La diferencia entre este caso y los que se ventilan en el parlamento y en los tribunales de justicia es que no tuvo los exorbitantes costos de estos últimos, donde los actuantes son centenares de elegidos para períodos fijos, que devengan altísimos sueldos, tienen escoltas, carros blindados con sus respectivos conductores y asisten a sus trabajos cuando les conviene. Además, tienen el privilegio de hacer cruces de favores con sus colegas, para colocar a familiares cercanos; cuando deciden retirarse tienen asegurada una altísima pensión; y pueden negociar los votos cautivos, considerados patrimonio personal. Y en vísperas de elecciones decirles a los electores una y otra vez que miren con cuidado por quién van a votar tiene el mismo efecto que los ladridos de “Travieso”.
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