Las épocas preelectorales son propicias para que los candidatos se saquen los trapos al sol, se escarben archivos en notarías, despachos parroquiales y oficinas donde se tramitan contratos y nóminas burocráticas; y se revisen acreditaciones profesionales, todo para buscarle a eventuales contendores el talón de Aquiles, que los descalifique y así decantar la lista y fortalecer aspiraciones.
Para las presidenciales de 2018 hay candidatos como hay cachivaches y baratijas en los Sanandresitos, porque el espíritu democrático de la Constitución del 91 no fija unos mínimos requisitos para ser aspirante. Y hay votos para todos, en la medida que dispongan de recursos para conquistarlos; o se inventen un discurso “antitodo”, que es el que cala entre los inconformes, que son muchos.
Y para que la comedia electoral sea más divertida, aparecen candidatos insólitos, como el lustrabotas alcohólico y deschavetado que fue elegido concejal del Distrito Capital de Bogotá con los votos de sus colegas; o como el famoso doctor Goyeneche, un loquito inofensivo que merodeaba hace años por los alrededores de la Universidad Nacional, sede Bogotá, y gozaba de la simpatía de los estudiantes, quien se inscribía como candidato en todas las elecciones presidenciales. Uno de sus programas era secar el río Magdalena y pavimentar el cauce, para unir el país de norte a sur. Y los estudiantes de la Nacional, por mamar gallo, votaban por él.
Ambos, el concejal borracho y Goyeneche, eran inofensivos. El problema en esos casos es que los votos que se depositan por personajes como esos hacen falta para candidatos serios; más los de los soñadores a quienes nadie es capaz de convencer de que no tienen las más mínimas posibilidades de ganar y sin embargo arañan votos que facilitan el ascenso al poder de los populistas disfrazados de moralistas, que son el verdadero peligro.
Por ahí anda haciendo campaña presidencial para las elecciones del próximo año, con el debido aval de su partido, un señor muy elocuente, especialista en promover debates parlamentarios contra funcionarios ejecutivos, por lo que hacen y por lo que no hacen, siempre con la lupa perversa de la sospecha; enemigo, además, de la empresa privada, con el discurso del nacionalismo, a pesar de que en los países donde se ha puesto en práctica ha fracasado estrepitosamente; con una perorata crítica que jamás ha propuesto soluciones; y una actitud hierática, malencarada y señaladora, que pretende ser portadora de la moral pública, buscando corruptos debajo de todos los documentos oficiales y denunciándolos donde haya camarógrafos y fotógrafos, además de apoyar cuanto bochinche formen sectores económicos descontentos, para capitalizarlos a favor de sus inventarios electorales. Ese fenómeno ya se dio en la alcaldía de la capital de la república con los desastrosos resultados conocidos y ahora se quiere implantar en la presidencia. ¡Ojo con esos sepulcros blanqueados!
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