Mientras los compañeros de excursión asistían en el palacio de justicia a una audiencia contra un sujeto que le roció gasolina a la cama mientras la mujer dormía y le prendió fuego, Augusto León Restrepo, entonces director de LA PATRIA, y este cronista visitamos la Asociación de Periodistas de Cuba, que funcionaba en una mansión de las que la revolución incautó a las familias ricas. El presidente de dicha organización nos ofreció un automóvil con chofer, para que fuéramos a donde quisiéramos. Y advirtió: “Si revelan que tenemos restricciones, les damos las llaves del carro para que vayan solos”. Y nos obsequió a cada uno varios libros, cuyos contenidos hacían la apología del régimen. Verdaderos “ladrillos”.
El conductor nos llevó a diferentes sitios, entre los que merece destacarse el Campamento de Pioneros, o Centro Lenin, un lugar donde llevan a los niños entre los seis y los 14 años, cada año por dos meses. Esos campamentos (en la isla hay varios) son extensos, con espacios para todos los deportes, piscinas, edificios de alojamiento, comedores y salones de clase. En ellos, los “pioneros”, en épocas de estudio, reciben clases por las mañanas y en las tardes juegan, practican deportes y asisten a talleres de literatura, pintura, danza y otras artes, a su elección. En vacaciones, todo el tiempo es recreación y deporte. La idea de estos centros es formar comunidades
socialistas.
Reunidos de nuevo con el grupo, visitamos el Palacio Presidencial, convertido en museo, porque la revolución, ajena a ostentaciones, funcionaba en oficinas corrientes. Y el presidente Castro no tenía residencia fija, por seguridad. Las piezas exhibidas son reiterativas con el tema de las armas, aunque no faltan elementos históricos y artísticos de valor. Después, en la noche, disfrutamos de los famosos clubes nocturnos, que fueron atractivo principal del turismo gringo, junto con los casinos y la prostitución de élite. Uno de esos clubes, el famoso cabaret Riviera, donde las mesas eran comunitarias y el ron, de excelente calidad, más barato para los turistas que para los nativos. Y el Tropicana, al aire libre, donde las orquestas aparecían sobre unas plataformas, como suspendidas sobre los árboles, aquí y allá después de cada actuación, en un espectáculo deslumbrante. En ambos, Riviera y Tropicana, las orquestas, cantantes y melodías hacían honor a la bien ganada fama de la música caribeña; y las bailarinas, de cuerpos esculturales, lucían todo el encanto del trópico.
Antes de partir de La Habana, el grupo fue objeto de una atención en la embajada de Colombia, cuya titular era la señora Clara Ponce de León, una santafereña de clase alta, proclive a las ideas socialistas. En las sedes diplomáticas del sector había rigurosa vigilancia policial, para impedir que los inconformes se asilaran.
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