Las creencias religiosas, organizadas en agrupaciones que se identifican con símbolos, tienen lugares especiales para reunirse y obedecen a jerarquías que las gobiernan, tienen como uno de sus principios la lealtad. Igual cosa sucedía con los partidos políticos, cuando eran ideológicamente coherentes, tenían dirigentes respetables y sus opciones de poder eran distintas, aunque los objetivos de servir a los pueblos fueran coincidentes. Pero otros intereses seducen ahora a políticos y electores, que buscan beneficios personales mezquinos, antes que bienestar y progreso para los pueblos. E igual cosa se percibe en el cristianismo, que se atomizó en pequeños grupos arropados con el manto de Jesús de Nazaret, para esconder los verdaderos objetivos de esquilmar incautos y ganar poder.
Por fortuna, el catolicismo, que en Colombia fue por mucho tiempo aliado político del partido conservador, ha cambiado a los pastores más godos por otros cercanos al verdadero mensaje evangélico, para acercarse a la comunidad vulnerable y ser factor de equilibrio para la sociedad, gracias a la influencia que, por fortuna, todavía conserva. Una simbiosis de reciente cuño muestra movimientos religiosos de extracción cristiana doblados de políticos, que se financian con los aportes de sus fieles y cuentan con electorado “amarrado”, debidamente fanatizado, que les garantiza a los dirigentes crecer en efectivos burocráticos, fortalecer la representación parlamentaria, incrementar sus patrimonios y acogerse a la figura de movimientos religiosos para no pagar impuestos y lavar dinero de oscura procedencia, que ocultan piadosamente en costosas construcciones para el “culto” y en inversiones financieras.
Como las fronteras ideológicas de los partidos se borraron totalmente, como lo predijo el presidente López Pumarejo (1934-1938 y 1942-1945) hace más de 50 años, los políticos, para conservar sus curules, se acogen al sol que más alumbre y resultan unos “casados” que podrían servir de argumento para una telenovela. Por ejemplo: Una hábil señora se proclama “papisa” de un movimiento religioso y acumula una formidable fortuna, que le permite pagar para que su “iglesia” sea también partido político, con lo que crea una fuente inagotable de financiación y, de paso, electorado propio. Y un exguerrillero, convertido en pastor de una secta cristiana, que cambió el fusil por un cirio, hace pareja con una señora que llegó al parlamento a nombre del liberalismo, el de la tolerancia, el librepensamiento y la igualdad, para dedicarse a perseguir el “pecado”, encarnado en homosexuales, travestis y similares, negándoles todo derecho, con los ojos blanqueados, en éxtasis piadoso. ¡Aleluya!.
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