El presidente Belisario Betancur Cuartas (1982-1986) aplicó a su vida la consigna de los antioqueños de antaño, ansiosos de superación personal: “El que no aspira a peso no llega a real”. Un real equivalía a 10 centavos. Su origen, que algunos dramatizan con perfiles de pobreza, no era tal, sino que correspondía a campesinos que andaban a pie o a caballo porque no había carros ni carreteras; estudiaban en la escuela rural, que era la que tenían cerca; y no tenían ínfulas de poder y de grandeza, aferrados a las lecciones evangélicas, que señalaban la humildad y la pobreza como medios para ganar el cielo, única meta de los cristianos, según cantaleteaba el cura párroco.
Pero a Belisario le picó desde niño un bicho que crea una adicción incurable y transforma la personalidad, despierta ambiciones y abre los ojos y el espíritu hacia dimensiones universales, que se amplían cada vez que se cree haber alcanzado una meta. Esa adicción es la lectura, que explica la sentencia socrática “solo sé que nada sé”, que significa que un conocimiento atrae otro, y crea una sed de descubrir más y más cosas, que no se sacia nunca. Algo así como el “pensamiento complejo” de Edgar Morin, que forma un follaje de ideas, a partir de cualquier palabra inicial. Así comenzó Belisario desde los cuatro años, para que su talento, apoyado por mecenas, maestros y familiares, alzara vuelo allende los linderos del entorno nativo. Lo que siguió fue una sarta de esfuerzos continuados, para alcanzar metas de superación con pasos bien calculados, sin desviarse de principios cristianos y valores humanos, que constituían su patrimonio más celosamente conservado.
Vinculado a la academia, después al periodismo y finalmente a la política, se matriculó en el Partido Conservador, no obstante ser liberal, como lo demostró en todos sus actos públicos, en su conducta social y en la firmeza de sus ideas, más cercanas al diálogo civilizado que a la autoridad de la fuerza. Con su entrañable amigo Otto Morales Benítez, intelectual de hondo calado e ideólogo y activista del Partido Liberal, compartía una idea que explica el afecto y la simpatía que despertaron ambos, pese a haber participado activamente en política, cuando muchos dirigentes resolvían las diferencias a “sangre y fuego”: “Yo no tengo enemigos ni a la izquierda ni a la derecha”, proclamaban Belisario y Otto.
Después de un largo recorrido y de “insistir, persistir y no desistir”, como se dice de los equipos de fútbol que luchan por un partido no obstante ir perdiendo 3-0, Belisario alcanzó la presidencia de la República bajo el lema de “sí se puede”, que fue la consigna de su propia vida. A su muerte, cuando 95 años coronaban su testa lúcida y amable, deja un legado de dignidad que tirios y troyanos reconocen, porque todos los actos de su vida los inspiraron el patriotismo y la sabiduría.
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